martes, 9 de febrero de 2010

Regreso a un pasado campestre


El domingo me fui de paseo con la vikinga que habita en mi interior. Al bajar en la plaza principal, una marea de gente me atrajo hacia sí como un imán imposible de rechazar. Tras mi mala experiencia con los rateros, me apresuré a sujetar mi bolso con fuerza cual vecina de Paco Martínez Soria recién llegada del pueblo. A izquierda y derecha decenas de personas y puestos llamaban mi atención: mimos de todos los colores y formas, bailarines callejeros, trileros, caricaturistas, puestos de souvenirs... Pero yo me detuve alucinada ante los puestos de los pakistaníes que venden aves en pleno centro. No sólo se pueden encontrar loros, periquitos y todo tipo de aves exóticas sino también aves de corral como gallinas de Guinea o gallos. Sí, sí, gallos de corral. Investigando sobre el asunto no es que los agricultores de la zona vengan a la gran urbe a comprar aves domésticas, cosa absurda, sino que son los propios urbanitas quienes deciden decorar su casa de campo con un gallo que les despierte por las mañanas o con una gallina que les de huevos frescos. A veces ser pijo es tan duro...

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