miércoles, 23 de febrero de 2011

Tariq Ramadan, la voz del Islam en Occidente


Llega puntual a su cita ante una concurrencia de más de 200 personas. Más alto y delgado de lo que parece en televisión, camina con la cabeza baja, como si le abrumase el peso de todas las miradas. Se sienta con las piernas rectas y mi primera impresión es la de un pajarillo asustado, tímido. Craso error. El devenir de la tarde me enseñará que no es timidez sino humildad lo que sus gestos reflejan. Dice lo que piensa con firmeza y sin atisbo de duda pero, como él mismo reconoce, tiene una fatwa personal contra los aplausos. A lo largo de su intervención, se muestra como una persona afable, con un gran sentido del humor, capaz de intercalar las risas en un discurso apasionado y cargado de contenido.
Tariq Ramadan no es un orador cualquiera, es el musulmán europeo más influyente, un filósofo e islamólogo que, hasta la fecha, se ha revelado como el único capaz de hacer frente al monstruo mediático islamófobo. Sin mudar apenas la expresión ni alterarse ante las constantes críticas que recibe de sus detractores, que consideran que tiene un doble lenguaje del que no podemos fiarnos, es capaz de sacarle los colores a quienes intentan hacerle caer en una contradicción o hacerle enfadar tanto como para mostrar ese integrismo radical que, según ellos, esconde.
Su presencia en Barcelona responde a la presentación de su libro "Mi visión del Islam occidental", un tema muy controvertido, por lo que no es de extrañar que no quede ni un asiento libre en la sala. El discurso no tiene nada de novedoso para quienes lo siguen con asiduidad a través de su web o de las constantes intervenciones en la televisión francesa, donde muchos se han propuesto crucificarle, aunque todavía no han encontrado la manera de hacerlo. La principal idea que desgrana es que debemos dar por concluido el debate sobre la integración puesto que ya hay cuartas y quintas generaciones de inmigrados "que son tan británicos, franceses o españoles como los que nunca han salido de esos países". Considera que los musulmanes radicales sobre los que se informa en televisión constantemente representan al 0,8 % de la población musulmana mundial y que el deber de todos es “lograr que se hable de las cosas que funcionan porque TODOS tenemos un problema con el islamismo radical, no sólo los no musulmanes”.
Explica también que si bien los principios del Islam son inmutables donde quiera que se practiquen, la cultura en la que se desarrolla es diferente por lo que no hay que buscar ninguna contradicción entre el hecho de ser musulmán y sentirse europeo “porque simplemente no la hay”. Consciente de las preguntas que el Islam suscita entre los europeos no musulmanes, habla de la crisis “emocional” que atraviesan aquellos que desconfían y tienen prejuicios en torno a quienes profesan esta religión. Asegura que el miedo no es racional y que, precisamente por centrarse en el plano de las emociones, es fácilmente manipulable y más difícil de controlar puesto que exige un importante esfuerzo por ambas partes, la que juzga y la que es juzgada.
Afirma con rotundidad que no hay discusión posible en torno a la integración, que debería ser una etapa ya superada: “curiosamente, cuanto menos practicante es un musulmán, más alcohol bebe y más cerdo come, más integrado se le considera” - y prosigue: “creo que sólo debemos fijarnos en tres puntos: si la persona es leal al país, lo cual no quiere decir que tenga que estar de acuerdo con todas las atrocidades que cometa, como apoyar la guerra de Iraq; si conoce la lengua nativa y si respeta las leyes; a partir de ahí, sus prácticas religiosas o sus costumbres, siempre que no interfieran en la buena convivencia con la comunidad, son una cuestión personal que no debe ser empleada como arma arrojadiza”. Ahora se refiere a los disturbios en el extrarradio de París y a todos y cada uno de los conflictos sociales que afectan a la gente más pobre de las grandes ciudades y que los políticos se empeñan en disfrazar de conflictos religiosos cuando el problema es la falta de trabajo, de oportunidades y de justicia social.
Es consciente de los miedos que acechan a una población como la española que hasta los años 60 y 70 era muy homogénea pero aboga por una apertura real de miras para que la multiculturalidad, “que es difícil de gestionar”, no se convierta en un problema. “La cuestión es que hay mucha gente que vive en entornos cerrados y se considera abierta de miras, eso no es cierto, si vives en el mismo entorno toda tu vida, sin relacionarte con otra gente, no eres abierto, eres cerrado” y eso constituye un problema cuando es tu propio vecindario el que empieza a cambiar. A este respecto, soltó una frase para la reflexión “debemos ser cuidadosos porque las víctimas de ayer pueden ser los verdugos de hoy”. Y es que viendo como los españoles, que hemos sido un pueblo emigrante, nos comportamos ahora con los que llegan, parece que no le falta razón.
Para resumir su interesante ponencia me quedo con una frase muy elocuente: “no seas el objeto de percepción de los demás, sé el sujeto de tu propia historia”; y es que si algo caracteriza a este hombre es su rechazo al discurso victimista mediante la crítica constructiva con la intención de aunar esfuerzos para conseguir una mayor justicia social y una convivencia tranquila y enriquecedora para todos los miembros de la sociedad sin que el color de la piel o la religión constituyan un motivo de discriminación o rechazo.
No sé si todos se quedaron tan encantados con su intervención como yo, pero lo cierto es que reí y me emocioné al son de sus palabras que, como siempre, estuvieron llenas de sensatez y de cordura. En el turno de preguntas, eché de menos a un señor mayor asiduo de este tipo de conferencias sobre el Islam, que siempre toma la palabra en primer lugar para decir que tiene cientos de libros sobre el tema y sigue pensando que es una religión violenta y peligrosa. Sin embargo, su vacante fue ocupada por una mujer mayor que comenzó a echar pestes sobre la fallida integración de los inmigrantes en países de larga tradición de acogida como Alemania. Afortunadamente, fue la única persona de toda la sala que demostró haber llegado con los mismos prejuicios con los que se marcharía, después de haber ignorado por completo las palabras de este magnífico filósofo pacifista, europeo y musulmán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,

Al final, es Esencia, Libertad y Sufrimiento...
Anónemo