miércoles, 10 de septiembre de 2014

La reelección de Erdogan

La Mezquita Azul sobre el mar de Mármara
Hace ya algunas semanas que el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan fue elegido presidente de su país, sustituyendo en el cargo a Abdullah Gül. Atrás quedaron las protestas que tuvieron lugar el año pasado por un supuesto plan del gobierno turco para destruir un parque y transformarlo en un centro comercial. Algunos miles de ciudadanos, en un país de más de 72 millones de habitantes, salieron a la calle a protestar y, durante algunos días, se sucedieron altercados de los que la prensa europea dio buena cuenta diciendo que el eterno aspirante a miembro de la UE estaba siendo gobernado con mano de hierro, que la población estaba descontenta con el primer ministro y que el giro "islamista" de Erdogan era la razón de todos sus males y, por ende, de los nuestros.
A pesar de tener a la prensa occidental en contra, Erdogan consiguió su objetivo, ganó las elecciones y continúa haciendo planes para hacer de Turquía un país aún mejor de lo que es ahora. Entre los logros de este país europeo con la mayoría de su superficie en Asia, está la construcción del primer tanque, el primer avión y el primer satélite militar turcos. Desde la llegada del AKP al poder, Turquía ha pasado de ocupar el puesto número 111 en el ranking mundial de potencias económicas a situarse en el puesto 16; ha terminado con la deuda externa del país y se ha pasado de exportar mercancías por valor de 23.000 millones a 153.000 millones. La aerolínea nacional está entre las primeras de Europa, el conflicto kurdo, aún pendiente de solución, ha experimentado menos tensión desde que Erdogan está en el poder y el gobierno planifica formar a 300.000 científicos en los próximos diez años.
A pesar de estas esperanzadoras y espectaculares cifras, el fantasma turco sigue agitándose de un extremo a otro de Europa para enfatizar las supuestas diferencias que tenemos con los herederos del imperio otomano, unas diferencias que siempre resultan convenientes para quienes se afanan por convencernos de que la única Europa posible es blanca y bien cristiana. Una Europa en la que, sin embargo, también está presente Bosnia (que aún no ha mostrado interés en pertenecer al club de los 28), de mayoría musulmana y a la que, sin duda, no podemos excluir del Viejo Continente arguyendo las razones territoriales y fronterizas que aplicamos con los turcos.
La prensa, como suele ser habitual, silencia estos datos y da voz sólo a aquellos analistas políticos y económicos e historiadores que comparten esa misma visión de Turquía como un enemigo a batir haciendo que los expertos que tienen una perspectiva radicalmente opuesta a ésta desaparezcan del espectro mediático como si todos tuvieran una visión unánime y negativa de un país que, por el hecho de ser musulmán, constituye una amenaza para la supuesta identidad colectiva europea.


Piscinas naturales de Pamukkale
Nada parece importar el hecho de que en ese ranking de potencias económicas, España ocupe el puesto 14, que nuestros talentos más preciados emigren porque el nuestro es un país de turismo y servicios, que nuestras aerolíneas no pinten demasiado a nivel internacional, que nuestros políticos sean unos corruptos (reflejo, tal vez, de la podredumbre que nos corroe por dentro, esa que nos lleva a decir "si yo estuviera ahí arriba, también robaría") o que la banca sea uno de los grandes problemas de la crisis en nuestro país. Lo único importante es que el presidente turco reza cinco veces cada día y apuesta por abolir la ley que impide a las chicas que así lo deseen llevar el velo a la universidad. Si los ciudadanos europeos, lejos de creer al pie de la letra lo que dicen los medios, fueran más curiosos e investigaran por su cuenta sobre éste y los demás asuntos, tal vez comprenderían que la banca islámica es beneficiosa hasta para los no musulmanes y que un país basado en la sharía no podría ser jamás un país injusto y corrupto. Entonces, y sólo entonces, dejarían de tener miedo al turco y saldrían a la calle a exigir de sus políticos más compromiso, decencia y honradez.


Erdogan, a la izquierda, junto a líderes árabes

Pero, ¿quién es Tayyip Erdogan? Licenciado en Económicas y Ciencias del Comercio, su carrera política está plagada de éxitos reconocidos tanto dentro como fuera de sus fronteras. En 1994 accedió a la alcaldía de Estambul lo que le permitió obtener el premio Rafik Hariri de la ONU por su transparencia en la gestión de los recursos financieros públicos y la mejora ambiental de la ciudad. En tan sólo tres años, mejoró la red de abastecimiento de agua, instaló contenedores de reciclaje, renovó la flota de autobuses urbanos por otros más respetuosos con el medio ambiente, mejoró la infraestructura viaria para acabar con los molestos atascos y, lo que es más importante, pagó la mayor parte de la deuda municipal e invirtió más de cuatro mil millones de dólares en las reformas anteriormente citadas.

En 1997, su carrera política se vio interrumpida por su encarcelamiento. El motivo: la lectura de un polémico poema nacional en el que se decía: «Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados».
El código penal turco consideró que incitaba al odio racial y religioso y Erdogan cumplió cuatro meses de prisión y fue inhabilitado temporalmente para ejercer cargo público. En 2003, fue investido Primer Ministro.
En la región del Kurdistán, desde 2009 está permitido el uso del idioma kurdo en los medios de comunicación y en las campañas políticas y se ha recuperado la toponimia que había sido denominado en turco. Además, decretó una amnistía parcial para algunos miembros del PKK.
En 2012 la deuda pública turca fue inferior a la de 21 de los 27 miembros de la UE. La cartera de Educación es la que mayor presupuesto recibe desde que Erdogan gobierna, mientras que antes era Defensa la que recibía más dinero. La apuesta es tan firme que se ha duplicado el número de universidades y, desde 2004, los libros de texto son gratuitos.
En política exterior, su condena a Israel es pública y notoria y su apoyo a Gaza también. Tanto es así que al ahora Presidente no le tembló el pulso al apoyar a la Flotilla de la Libertad y exigir a Israel que pidiera disculpas públicamente. En el conflicto sirio, también ha apoyado a los opositores de Al Asad y ha instalado campos de refugiados para acoger a los que huyen de la guerra.
Con respecto al sonado asunto de la corrupción del pasado año, fueron arrestadas 16 personas y se forzó la dimisión de varios ministros implicados, de una u otra forma por el escándalo. 
Seguro que aún habrá quién busque la parte negativa de este país, de su gente y de su presidente. Sin embargo, a la luz de los datos aquí expuestos, me pregunto quién está en posición de rechazar a quién.