domingo, 5 de diciembre de 2010

Padres e hijos, generaciones divergentes

Nunca pensé que crecer fuera más difícil para los demás que para mí misma pero así es. Tras el cambio radical que supone tener un hijo, que te trastoca tu vida hasta dejar de ser un ser individual para convertirte en un padre, en un referente para un ser pequeñito que depende enteramente de ti, llega el momento de dejarlo volar y parece que después de veintitantos años, como buenos animales de costumbres que somos, no nos resignamos a aceptar que nuestro hijo ya no nos necesita de la misma manera, que es una persona madura con sus propios pensamientos, que toma sus propias decisiones y lo que es peor, que esas decisiones no son precisamente las que nosotros pretendemos. Cada vez que vuelvo a casa siento que tengo que disculparme por ser como soy, que decepciono a mis padres a cada paso que doy porque no vivo en la misma ciudad que ellos, porque soy una eterna insatisfecha que siempre quiere más, porque soy capaz de lo que sea por luchar por aquello en lo que creo, aunque eso suponga tener a todo el mundo frente a mi. Pero es agotador. Es realmente cansado ser dos yo según esté con ellos o a mi aire. Es como si tuviera doble personalidad y a pesar de que no les cuento ni la mitad de lo que siento, de lo que me pasa, los enfrentamientos con ellos son constantes. A veces creo que, cuando llegue el momento, estallará todo y ellos no sabrán estar a la altura, no sabrán ver más allá de las apariencias, no se conformarán con que la decisión que tome me haga feliz. A pesar de lo que dicen, no están preparados para ser distintos, para que sus hijos hagan cosas que se salgan del entorno en el que viven, para que sus nietos sean de una raza distinta, hablen un idioma diferente. Si dijera que no me importa mentiría pero lo que verdaderamente me produce esta situación es un estrés brutal. Siento que tengo que fingir todo el rato, que tengo que medir mis palabras para no oír sermones a cada instante y, aún así, ninguno estamos contentos. ¿Por qué les costará tanto aceptar la realidad? Ya casi han pasado dos años y ellos parecen vivir en un mundo paralelo, esperando que "me entre la cordura" pero eso no va a pasar. Soy muy feliz así y ni siquiera el miedo a que mi familia y amigos puedan no entenderme, va a hacer que mi corazón deje de latir de la forma que lo hace. Sin embargo, se avecina un temporal tan absurdo que no sé en qué condiciones saldremos de ésta...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Al final siempre salimos, y si tienes dudas, te presento a mi suegra.....muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.clara