jueves, 15 de abril de 2010

Vivir en el Este

Un hijo que reniega de sus padres pero aprovecha cualquier descuido para coger todo lo que tienen, para vivir su vida sin ellos pero a su costa. Otro que te corrige los topónimos porque le recuerdan a los tiempos del Nodo. Un tercero que dice que ser del equipo de fútbol local es su religión, el motor en torno al cual articula y organiza su vida. ¡No puedo con tanta necedad cosmopolita! Me enerva el olor a suciedad que desprenden estas calles modernistas, no soporto que perrofláuticos cánidos viajen a mi lado como si de ilustres pasajeros se tratasen, no entiendo que nadie sepa utilizar las escaleras mecánicas, que no se guarden las colas, que se empeñen en vivir en la Torre de Babel. “¿Echas de menos?”, dice con una sonrisa bobalicona. “Echar de menos es bonito. Yo también echo de menos porque aunque ella vive en un pueblo cercano es tan duro cuando estás enamorado...” ¡Mamma mía, lo que hay que oír! Los hay que no saben lo que dicen. ¡Cuánto mal hace a la gente la falta de viajes, de conocimiento ajeno!
¡Claro que echo de menos! Echo de menos la capital del reino. Más cuanto más me dicen que salir de aquí es imposible, que la condena es mucho más larga de lo que uno piensa nada más llegar, que lo único plausible para no morir en Uriolistán del Este es trazar el plan de huida perfecto. Echo de menos a mi gente, esa a la que no le tienes que contextualizar tu vida para que te entiendan. Echo de menos gentes más cálidas, tierras más bellas, paisajes lejanos, príncipes exóticos, lenguas más cercanas. ¡El Nodo! Cuanto complejo suelto por estas latitudes...

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