jueves, 28 de enero de 2010

Creer o no creer

Desde que supe que era candidato a la Presidencia, creí en él, en su sonrisa franca, en sus maneras sencillas sin grandes aspavientos, creí que podría cambiar las cosas, no de una manera radical, por supuesto, pero sí suavemente, sin demasiado ruido. Porque esos son los mejores cambios, los que se instalan poco a poco sin altavoces y se quedan entre nosotros porque así lo decidimos. El primer paso ha sido revolucionario e inevitablemente ha causado ruido pero si finalmente se aprueban, 40 millones de personas que ahora no tienen acceso a la Sanidad pública podrán evitar la penosa situación de no tener acceso a un tratamiento médico por falta de dinero. Demasiado bueno como para que las grandes empresas farmaceúticas, las aseguradoras médicas y todos los que sacan tajada de esta gran injusticia le dejen el camino libre, pero en ello está.
Sin embargo, lo malo de EEUU es que nos hemos acostumbrado a que piense y actúe por nosotros. Son muchos los que alzan su voz contra esta "súper potencia hiper protectora" que se ha convertido en el perejil de todas las salsas. Este afán de protagonismo viene bien en ocasiones como ahora que ha asumido el mando en la catástrofe de Haití por ser el más próximo, el más preparado o el más intervencionista. No importan los motivos, sólo la premura en la respuesta para ayudar a una población que, ahora más que nunca, se muere. Podría hablar largo y tendido sobre los motivos que nos llevan a olvidar a este Tercer Mundo que sólo aparece ante nuestros ojos cuando un tifón, un terremoto o alguna otra desgracia llama desgarradoramente a nuestras puertas, pero hoy quiero hablar de otra cosa, de los talibanes. Ha llegado un momento en el que si te crees todo lo que lees y todo lo que EEUU dice, te vuelves loco. ¿No se supone que eran nuestros enemigos? ¿esos locos fanáticos que, tan pronto como ven un rayo de occidentalidad, disparan sus fusiles sin miramientos? ¿unos criminales que había que perseguir por el bien del Estado de Bienestar? Pues no, ahora resulta que ya no son tan malos, que se han sacado a cinco de ellos de la lista de "los más buscados" en aras de una mejora en la situación política de Afganistán. Ellos lo han recibido con júbilo, como no podía ser de otro modo. Yo con excepticismo. Porque ya no me creo nada, porque ni los buenos son tan buenos ni los malos tan terribles. Porque no podemos seguir trazando el mundo sólo en blanco y negro. Porque todo depende siempre del cristal con que se mira. Porque, tal vez, aunque nos cueste reconocerlo, ellos tengan su parte de razón (aunque la violencia sólo genere odio). Porque Occidente siempre mete la mano en aquellos países de los que se puede sacar algo. Afganistán, oh sorpresa, es el fabricante del 90% del opio mundial por eso vamos de sheriffs "desfacedores de entuertos" ocultos bajo un supuesto deseo de llevar la libertad a todos los pueblos de la Tierra, aunque nadie se acuerde de que Haití se muere de hambre, de que también hay islamistas fanáticos en Indonesia, de que sigue habiendo problemas en los Balcanes o de que en países como Costa de Marfil se siguen librando guerras fraticidas desde hace décadas. Pero, ¿qué tienen ellos que ofrecer? ¿diamantes, petróleo, drogas? En ese caso, pobrecitos, pero no podemos estar en todas partes.

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