miércoles, 29 de julio de 2009

Yes we can

Nos pasamos la vida criticando a los estadounidenses por sus excesos y por su ignorancia – “¿En España sabéis lo que es un microondas?”- y, a veces, no nos falta razón: su servicio sanitario no es universal ni gratuito por lo que varias decenas de millones de pacientes tienen que empeñarse de por vida o mueren directamente por no poder recibir tratamiento y esto sucede ¡en el país más poderoso del planeta!; son tan patrióticos que hasta cuelgan la bandera nacional en las puertas de sus casas; tienen una dieta tan rica en grasas que la obesidad es ya un problema nacional; tienen un índice de criminalidad altísimo y su cine está plagado de eso que llamamos despectivamente “americanadas”. Sin embargo, son ellos mismos los que son capaces de remover cielo y tierra por sacar a cualquiera de sus ciudadanos de un apuro cuando sus derechos se ven vulnerados en un país extranjero (quizá lo del patriotismo tenga entonces alguna lógica...); ésos a los que los científicos envidian porque allí sí que saben lo que es destinar dinero para la investigación; los que son capaces de fabricar miles de éxitos de taquilla basados en su corta historia (la Guerra de la Independencia, la Guerra de Secesión, el Ku Klux Klan) mientras que nosotros no sabemos qué hacer con la nuestra (el descubrimiento de América, la pérdida de las Colonias, la Marcha Verde, la Inquisición, Al-Andalus, la Armada Invencible, la División Azul) pero sobre todo los conciudadanos del gran Barack Obama son los únicos capaces de convencerte de que les regales tus zapatos porque no los necesitas para, minutos después, vendértelos porque no se puede ir descalzo por la vida y para muestra, un botón: http://www.elpais.com/articulo/internacional/Gates/visita/Irak/negociar/venta/armas/elpepuint/20090728elpepuint_6/Tes.
¿El resumen? Nos colamos en vuestro país porque sabíamos que teníais armas de destrucción masiva que nosotros os íbamos a inutilizar y confiscar; las armas nunca aparecieron pero total como érais un país atrasado teníamos que liberaros de ese gran dictador llamado Saddam Hussein, para que supierais quién mandaba lo colgamos en la plaza pública porque nosotros sí somos civilizados –no como vosotros que os apedreáis- luego tuvimos que quedarnos para que ningún otro tirano intentase hacerse con el poder así que os colocamos a nuestros amigos –esos que ahora nos dejarán ventajas sobre el petróleo, que nos permitirán establecer a nuestros espías para controlar Oriente Medio y que nos pagarán por reconstruir el país; porque, eso sí, como os lo destruimos todo ahora os lo vamos a reconstruir por un módico precio y para que nadie os fastidie os vamos a vender unas armas y unos aviones último modelo para que podáis protegeros de los malos. Y esos son los estadounidenses, los únicos capaces de destrozarte el país para luego cobrarte por reconstruirlo y, además, venderte las armas necesarias para que nadie más pueda hacer lo que ellos te han hecho. ¡Son unos auténticos genios de los negocios!

Conformarse o no, he ahí la cuestión

“Donde caben dos, caben tres; donde caben tres tú tambiéeeeen”... Mmmm qué pegadiza es la canción del nuevo anuncio de Ikea, ¡cómo me gusta! ¡Qué armonía se respira en la familia del anuncio! ¿Quién sufre por no poder pagar la hipoteca? Nada importa, ante la crisis, lo mejor es la familia. ¿Qué no puedes pagar la hipoteca? Pues nada, vuelves con tus padres y tu pareja con los suyos porque, total, la crisis pasará. Sí, sí, ya sé que muchos pensarán que soy egoísta al no pensar en aquellos que realmente pasan necesidades pero ésa no es la cuestión. No se puede minimizar todo problema encontrando uno aún mayor porque entonces deberíamos todos doparnos con Prozac para ver la vida en términos relativos y dedicarnos a cantar eso de “donde caben dos, caben tres...”. Además, ¿es esto un canto encubierto a la aceptación social de los pisos patera? o acaso eso de hacer sitio a los demás ¿es sólo para la clase media?

martes, 28 de julio de 2009

Las gripes

Vaya con la gripe A. Al final va a cundir el pánico y esto va a ser peor que cuando la Guerra del Golfo. Entonces, una de mis vecinas empezó a llenar la bañera con alimentos “por si llegaba el hambre”. Si hubiera durado, ella solita hubiera dejado sin suministro a todo el barrio. Yo veo lo de la gripe como una especie de “contubernio científico-sanitario” en el que no se nos está contando toda la verdad. Desde hace una década venimos sufriendo el mal de las vacas locas, la gripe aviar y la gripe porcina. El mecanismo es siempre igual: se da la alarma, cunde el pánico, la gente deja de consumir la carne procedente de ese animal, mueren cuatro gatos en Occidente y varios cientos o miles de personas en el Tercer Mundo (ése en el que su población sólo cuenta para nuestras estadísticas) y, de repente, se pasa el peligro como si fuera un tornado. Ahora parece que el asunto se les está yendo de las manos porque en nuestro cómodo y seguro mundo también está muriendo gente. En España se calcula que lo harán unas 8.000 personas -ya serán algunas más- aunque casi todas serán enfermos crónicos. Yo, la verdad, no tenía ningún miedo hasta que me enteré de que ya hay empresas, multinacionales para más inri, que distribuyen entre sus empleados una especie de kits de supervivencia con mascarillas, guantes y jabones desinfectantes. Algunos incluso contenían Tamiflu, el gran remedio farmacéutico para esta gripe, pero como el Gobierno requisó todas las partidas ante una eventual pandemia... Así que ahora me debato entre venir a trabajar o quedarme en casa para prevenir la gripe pero supongo que tener una habitación que da a un patio vecinal –conducto excepcional para propagar cualquier pandemia- y convivir con una marciana no son una gran alternativa así que, de momento, seguiré produciendo hasta que la pandemia llegue al Cercanías.

jueves, 9 de julio de 2009

Las anchoas corruptas




Ya sabía yo que tanta campaña publicitaria nos iba a traer problemas. Y es que ¿a quién se le ocurre ir regalando por ahí anchoas del Cantábrico? ¡Con lo caras que están! Está claro que estamos ante un caso de corrupción. Y de lo más zafia, porque se hace a la vista de todos y se pregona a los cuatro vientos. Se acabaron las campañas de Navidad, el Día de los Enamorados, el Día del Padre o las celebraciones de cumpleaños. ¡No a la corrupción!









miércoles, 8 de julio de 2009

San Fermín

Foto: El País

Adoro los San Fermines. No me gustan los toros y tampoco tengo una opinión definida respecto a la polémica antitaurina pero me parece que los San Fermines están fuera de toda discusión. Desde hace años cada mañana de julio madrugo para ver en directo esos emocionantes dos minutos que mantienen mi corazón en un puño a la espera de la llegada al coso. Estos días lo veo en diferido y no es lo mismo. Este curro ni siquiera me permite disfrutar de esta mágica semana. En unos minutos me toca volver a mi tediosa tarea. Cierro los ojos e intento concentrarme. Las barreras están llenas de gente desde la madrugada, no veo absolutamente nada. La expectación y el silencio son máximos. Se abren los portones, los mozos comienzan la carrera. El sonido de los cascos de los toros sobre el adoquinado pamplonés dibuja las imágenes que fluyen por mi cabeza. Eso es lo único que se oye. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Aunque no vea nada, el madrugón merece la pena. La sensación que produce el oír el trote de esos animales de más de 500 kilos por la calle Estafeta es indescriptible. Se acercan. Miro alrededor asustada. No hay escapatoria. Siento que la manada va a engullirme. Mi tiempo se agota. Abro los ojos. Son las 15.25 horas. Me dejo arrastrar de nuevo por mi aburrida realidad. ¡Gora San Fermín!

lunes, 6 de julio de 2009

Cero, uno, dos.... ¡diez!

De tanto intentar convencerme de que soy un cero empiezo a tener algunas dudas. Nada serias, por supuesto, pero dudas al fin y al cabo. Y es que es lo que tiene tener un curro de mierda en el que tener cerebro está de más, que como no necesitas utilizarlo para desarrollar tu incesante tarea creativa (recortar, grapar y contestar al teléfono en el mejor de los casos) puedes dedicarte a hacer dos cosas a la vez: pensar mientras haces trabajos manuales. Este fin de semana los asuntos laborales fueron tema de conversación en el grupo de amigos. Uno de ellos se quejaba sin cesar de que ser trabajador de los medios era un aburrimiento que, además, te impedía llevar una vida normal porque trabajabas cuando los demás estaban disfrutando. Aseguraba estar esperando a que pasara la crisis para dejar su actual trabajo y meterse en una fábrica en la que tan sólo se dedicara a trabajar ocho horas para luego disfrutar de su tiempo libre, de su dinero bien ganado y, por consiguiente, para ser más feliz que una perdiz. Sé que lo dice con la boca pequeña. Primero porque trabajar de técnico en una radio está bastante bien. Puede resultar cansado pero no aburrido ya que no haces siempre lo mismo, puede que a ratos te parezca que todos los días son iguales pero sólo es una impresión. Segundo porque sí es una faena no tener los mismos horarios que el resto de mortales pero tampoco los tienes si trabajas a turnos en una fábrica, si trabajas de noche o si te pasas el día viajando de un lado para otro.

Los acontecimientos de hoy corroboran mi opinión de que el susodicho habla con la boca pequeña y sin saber, por suerte para él, lo que es trabajar anclado a una mesa haciendo nada y, encima, recibiendo órdenes absurdas de gente frustrada que aprovecha su único mérito, la antigüedad, para comportarse como pequeños tiranos.

Mi actual curro es una mierda. Probablemente la mayor y peor empaquetada en la que me he encontrado hasta ahora y visto que ya he llegado a la cima de mi carrera, espero que a partir de ahora todo sean facilidades. Es una mierda destructora de ilusiones que trata de convencerte de que el conocimiento no es bueno, de que los libros te restan años de vida y de que los ceros son los números más bonitos de la creación. Si se hubieran topado con otra fijo que hubieran podido convencerme, incluso puede que me hubiera convertido en su estandarte como ‘La Libertad guiando al pueblo’, pero no. Se toparon conmigo y nadie me va a hacer cambiar de opinión. El diez es el mejor número. Yo soy, como mínimo, un siete, aunque me encuentre en horas bajas, y no pienso dejarme engullir por la humillación. Sólo estoy en una mala racha. Sólo estoy en una mala racha. Sólo estoy.... ¡maldita mala racha!

Televisión, fagocitadora de cerebros pensantes

Lo de la tele en España va cada vez peor. No sólo están faltos de ideas y se copian de unas cadenas a otras (Madrileños por el mundo, Españoles por el mundo y hasta ¡Castellano-Manchegos por el mundo!) sino que, salvo honrosas excepciones, lo hacen para multiplicar la telebasura por todos los canales, por si no tuviéramos bastante con la saturación de uno solo. Los que optan por programar series lo hacen a costa de emitir algunas tan pasadas de moda que empiezo a temer que cualquier día repesquen a Benny Hill. Y el resto, pues nada se rellena con informativos cada vez más polarizados y reality shows que no hacen más que premiar a aquellos que mayores miserias cuentan ante la cámara. Definitivamente, si yo tuviera algo de poder mediático el 95% de los que viven de la antena catódica pasarían más hambre que los pobres niños de Biafra porque lo nuestro es de juzgado de guardia. ¿Cómo es posible que sólo La 2 tenga una programación medianamente aceptable? ¿Por qué no se hacen programas de entrevistas a gente que tiene algo que decir por profesionales que tienen algo que aportar? ¿Cómo es posible que gente como María Antonia Iglesias, Jaime Peñafiel, los Matamoros, Javier Nart y Belén Esteban sean los grandes expertos a los que se recurre cada vez que se quiere hacer un debate sobre un tema serio? Si fuéramos a un colegio de primaria y planteásemos el mismo debate entre los niños sin duda obtendríamos opiniones y conclusiones mucho más relevantes que las que pueden aportar estos expertos del tres al cuarto. Tanto que miramos a Europa para miles de cosas podríamos fijarnos un poco más en la televisión británica, en la francesa o en la alemana (incluso, yendo más allá podríamos ver ciertos programas de ciertas cadenas de televisión de algunos países árabes) y no copiar tanto las propuestas berlusconianas porque, cualquier día, al encender la tele, nos encontraremos con una versión renovada de las Mama Chichos y nos quedaremos tan a gusto pensando que ése es el futuro de la televisión.

Traumas infantiles

De pequeña jugaba con mis amigos a las guerras. Nos dividíamos en dos grupos y nos dedicábamos a capturar al enemigo durante toda la tarde hasta el momento en el que nuestras madres nos llamaban para merendar. Entonces, se producía el alto el fuego que, veinte minutos después, permitiría la reanudación de la batalla hasta el momento de volver a casa para cenar y esperar ansiosos la llegada del día siguiente. Las guerras eran de distinto tipo en función de la edad. En los primeros años las niñas no teníamos derecho a participar porque éramos un rollo: lentas, protestonas, lloronas y siempre queriendo introducir cambios que demostraban que no teníamos ni idea de cómo era la vida de un soldado. En los años previos a la pubertad la participación de las chicas ya empezaba a tener su gracia. Siempre nos encomendaban las tareas más aburridas y menos peligrosas e, hiciéramos lo que hiciéramos, siempre terminábamos con una rodilla magullada o tragando agua en la piscina. Según fuimos entrando en la adolescencia, a las guerras le sucedieron otros juegos con un mayor toque de picardía, las salidas nocturnas o las excursiones en tren a los pueblos cercanos. Una vez superados los años más duros de la edad del pavo, nuestros intereses iban más próximos a los conciertos, el ligoteo, el deporte, las vacaciones y la universidad. Siempre pensé que éste era el común denominador de todos los chavales de mi generación en un país en el que la clase media me parece la más frecuente pero cada vez que abro el periódico y me encuentro con la detención de uno de mis vecinos no puedo evitar pensar que hubo muchos que se quedaron atascados en los juegos bélicos infantiles y, aún hoy, siguen sin darse cuenta de que viven una realidad que sólo existe en sus cabezas.