miércoles, 20 de septiembre de 2017

La importancia de la propaganda

Si hay un personaje en la historia que nos hay enseñado la importancia de dominar la comunicación, la propaganda, ese es Joseph Goebbels. El ministro de la Propaganda nazi ha dejado para la posteridad el secreto del éxito de la manipulación global y su trabajo sigue siendo hoy inspiración para quienes manejan los hilos del poder en la sombra. En los años 30-40 ese conocimiento se utilizó para suavizar los desmanes del régimen de Hitler con todos aquellos que se escapaban al prototipo de ‘ario’ a pesar de que él mismo era de origen judío y en absoluto encajaba con ese perfil de teutón alto, blanco y rubio que tanto vemos en las películas.

Los puntos sobre los que se basaba su quehacer con la propaganda eran los siguientes:

1.      Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único Símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo.
2.       Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3.      Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
4.         Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5.         Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
6.            Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
7.          Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8.           Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9.      Principio de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10.   Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11.   Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.

Unos puntos que, por desgracia, pueden aplicarse en numerosas situaciones contemporáneas y que, en el caso que nos ocupa, también afectan al islam y a los musulmanes.

Es tan frecuente oír hablar de los musulmanes como personas ignorantes, culturalmente atrasadas seis siglos y fanáticas, que la mayoría de la población ni tiene tiempo ni tampoco interés en averiguar si dicha imagen es real o interesada.

La primera de las absurdas afirmaciones que se hacen del islam es que es una religión que lleva seis siglos de retraso con respecto al cristianismo y que, por eso, sus fieles viven poco menos que en la Edad de Piedra. Siempre me he preguntado cómo es posible que la gente crea una cosa tan sencilla de contrastar históricamente. Si el cristianismo data de hace 2017 años y el islam llegó casi 600 años después, ¿cómo es posible que se considere al segundo más antiguo y subdesarrollado si es obvio que estamos ante un periodo más moderno?

Tomando esta idea como base, nada de lo que venga después causará el más mínimo interés en la gente que no sea musulmana pues nadie creerá en las informaciones que choquen de frente con la ciencia hasta que esta no las descubra por sí misma o hasta que no se le de publicidad a alguien que promueva ese mismo conocimiento y que no sea musulmán.



Hace algún tiempo salió en la prensa una noticia en la que se hablaba de los efectos beneficiosos de la miel como edulcorante frente al azúcar, causante de muchas enfermedades cardiovasculares. En él, se destacaba que en el siglo XVIII ya hubo un monje en el monasterio de Silos que promovía los valores del néctar de las abejas y que no había sido hasta casi 250 años después que la ciencia había corroborado lo que él ya sabía. No pude por menos que sorprenderme al leer la noticia pensando ¿y el Corán? Hace más de quince siglos que Dios nos habló de los beneficios de la miel pero a nadie parece importarle. A nadie fuera de los musulmanes que vienen utilizando la miel como ungüento ante las quemaduras, las heridas de todo tipo y las infecciones.

Dice Dios en el Corán:

"Tu Señor les inspiró a las abejas: ‘Habiten en las moradas que hayan construido en las montañas, en los árboles y en las que la gente les construya. Aliméntense de los frutos y transiten por donde les ha facilitado su Señor’. De su abdomen sale un jarabe de diferentes colores que es medicina para la gente. En esto hay un signo para quienes reflexionan" (16:68-69). 

Ya nos advirtió Dios entonces que para toda enfermedad hay en la naturaleza una cura aunque, por supuesto, el hombre desconozca cuál es. Teniendo como inspiración este hecho, no son pocos los médicos que apuestan, entre otros productos, por los efectos beneficiosos del limón ante enfermedades cuya cura hoy se nos escapa como es el caso del cáncer. No tengo conocimientos médicos por lo que afirmar que el limón es la clave para curar el cáncer sería una temeridad por mi parte. Pero lo que está claro es que a las empresas farmacéuticas, cuyo éxito empresarial radica en el hecho de que la población enferme y lo haga de las dolencias más complicadas y desconocidas posibles, no serían un poder económico, e incluso político, tan importante de favorecerse la investigación de los efectos beneficiosos de productos que encontramos en la naturaleza al alcance de la mano y que, por lo tanto, serían aptos para los bolsillos más pobres.


Dice la noticia que el monje en cuestión era un apasionado de la botánica, que hizo sus recomendaciones a los hospitales y médicos de la época y que incluso escribió un tratado sobre los beneficios de la miel. Me pregunto si consultó también para ello el Corán y los libros de conocimiento musulmanes. Y es que, a pesar de lo que diga la Iglesia católica y de la opinión generalizada de la población, los musulmanes, ya desde Al Ándalus, fueron, junto con los judíos, unos grandes científicos y médicos que escribieron numerosos tratados cuyo conocimiento fue difundido gracias al buen hacer de la Escuela de Traductores de Toledo. 

Muchos de estos libros no vieron la luz para el gran público pero sí que pasaron a formar parte de las bibliotecas más selectas de la época, a saber, las de los monasterios cristianos que eran el estamento social más ilustrado y los garantes de la difusión del conocimiento, aunque este fuera sesgado. Incluso durante la Inquisición, en la que la quema de libros considerados herejes hizo que desaparecieran auténticas joyas literarias, muchos de estos monasterios guardaron en secreto esos libros heréticos cuyo conocimiento no debía llegar a la población pero cuyo valor era tan inequívoco que ni siquiera los monjes se atrevieron a permitir que desapareciera.

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