La música africana, con esa percusión tribal tan espectacular, siempre me ha producido una extraordinaria sensación de paz, de felicidad, que me cuesta describir con palabras. Sin saber muy bien porqué tan pronto como ese sonido llega hasta mis oídos me evado de la situación en la que me encuentre -en estos momentos la de prepararme para ser mujer florero- y me pongo a reflexionar sobre todas aquellas cuestiones que van más allá de las preocupaciones cotidianas y, a menudo, superficiales. Pienso en cómo nos complicamos la vida, intentando convertirnos en aquello que señalan los papeles y me daría la risa de no ser por la gravedad del asunto. No voy a discutir la importancia de las leyes, las religiones, las costumbres, los acuerdos, pero sí el empeño que todos ponemos en no salirnos de lo marcado estrictamente por ellos. Todos esos textos, de uno u otro modo, nos indican el camino a seguir pero siempre desde un punto de vista general que abarque lo máximo posible porque si concretamos demasiado, corremos el riesgo de que esos textos se queden obsoletos en poco tiempo. Está en nosotros el poder de usar nuestro intelecto para interpretar de la mejor forma posible lo que ellos quieren decir y actuar en consecuencia porque, a diferencia de la palabra escrita, los seres humanos estamos en constante evolución, somos espontáneos, impredecibles y tenemos en nuestras manos el poder de cambiar el mundo. Quienes son capaces de ver esta inmensa riqueza actúan de forma poco ortodoxa y contribuyen a aportar su granito de arena a esta enorme aventura que es vivir. Veo a las mujeres que luchan por sus derechos en países en los que salirse de lo establecido supone la muerte y pienso que no todo está perdido, que si todos hiciéramos una pequeña revolución en nuestro entorno más próximo el mundo daría un vuelco de incalculables dimensiones. Veo al profesor Neira jugarse la vida por una mujer que luego se vuelve en su contra. Veo al juez Calatayud reinsertando a los menores delincuentes en Granada desafiando a los severos códigos de sus colegas de profesión. Veo a quienes lo dejan todo para ayudar a los demás en condiciones menos cómodas de las que gozamos en el primer mundo. Me veo en mi particular cruzada, luchando contra los elementos por conseguir aquello que quiero, aquello en lo que creo. Lo veo y pienso que no importa lo que digan los otros, las dificultades a las que te enfrentes o el rechazo que pueda producir la decisión que tomes porque si crees en ello, entonces, algo sucederá, salvarás a una sola persona de su particular miseria y habrá merecido la pena y con ello también te habrás salvado a ti mismo. Sonidos de África. Sonidos del pasado y del futuro.
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