Tres de la tarde, estamos en el comedor. Juanito es el nuevo y todos lo miran con expectación. Todos quieren ser su amigo pero casi ninguno se atreve a decirle más que un simple hola. Pepito avanza posiciones, lleva varios días hablando con él y hoy por fin comen juntos. Todos se vuelven para mirarlos. Comentan, murmuran. De pronto, aparece Javierín, el ojito derecho del director. Miradas de reojo para ver dónde se sienta. Hace amago de acercarse a Juanito pero gira bruscamente y se sienta solo, en medio de la estancia, bajo la atenta mirada de todos. Esta situación se viene repitiendo desde hace semanas aunque ahora Javierín se sienta con los demás compañeros que no dudan en hacer comentarios a sus espaldas cada vez que tienen ocasión. Cuando veo estas escenas, me doy cuenta de que en realidad ser adulto no nos hace cambiar tanto, que nos siguen preocupando las mismas cosas que cuando somos pequeños, que actuamos igual. Esta escena podría ser típica de un comedor escolar y le podríamos añadir otros personajes: el cuatro ojos, el empollón, el torpe, la tímida, el pelota... sin embargo, se produce cada día en cualquier lugar de trabajo.
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