En 1960, de la unión de los territorios del protectorado de la Somalilandia británica y la Somalia italiana, surgió la actual Somalia, un país sin Estado que aprendimos a ubicar en el mapa a principios de los 90 con las terribles hambrunas sufridas por la población a raíz de la disolución del gobierno central. En aquella época, EEUU entró en el país para repartir alimentos pero la ONU se opuso a este injerencia, quizá la más justa de los últimos 20 años, y los somalíes fueron abandonados a su suerte mientras la ONU aplicaba todos sus esfuerzos diplomáticos por formar un gobierno estable en el país.
Como siempre, la culpa de todo la tenemos nosotros. Desde que obligamos a las tribus nómadas somalíes, leales sólo al sistema de clanes, a agruparse bajo una misma bandera que no entendía de nomadismo, se han sucedido las desgracias para los 8,5 millones de ciudadanos que, con una esperanza de vida de apenas 48 años, pueblan esta zona del cuerno de África.Supongo que los hemos olvidado porque no tienen nada de lo que nos podamos aprovechar, por eso no nos importa lo más mínimo que no tengan más salida que la agricultura y la recién descubierta piratería para salir adelante pero que, sin embargo, tengan una deuda externa desmesurada a juzgar por las carencias que asolan a este país fragmentado en el que los señores de la guerra campan a sus anchas. De estos no nos importa que sean musulmanes, porque son negros, o tal vez lo que no nos importa es que sean negros porque son musulmanes. De momento, su suerte no nos importa ni lo más mínimo, a pesar de que su desesperada población ha encontrado –últimamente- una salida a la hambruna y la necesidad en la salida al mar a la caza y captura de los pesqueros europeos que invaden sus aguas. O tal vez sea por esto, por evitar pagar aranceles, por recortarles sus derechos marítimos, por lo que no nos importa demasiado que Somalia sea un territorio olvidado en el que yo, estaría ya enfilando la recta final de mi vida por carecer de los avances médicos que en Europa damos por sentado.
Como siempre, la culpa de todo la tenemos nosotros. Desde que obligamos a las tribus nómadas somalíes, leales sólo al sistema de clanes, a agruparse bajo una misma bandera que no entendía de nomadismo, se han sucedido las desgracias para los 8,5 millones de ciudadanos que, con una esperanza de vida de apenas 48 años, pueblan esta zona del cuerno de África.Supongo que los hemos olvidado porque no tienen nada de lo que nos podamos aprovechar, por eso no nos importa lo más mínimo que no tengan más salida que la agricultura y la recién descubierta piratería para salir adelante pero que, sin embargo, tengan una deuda externa desmesurada a juzgar por las carencias que asolan a este país fragmentado en el que los señores de la guerra campan a sus anchas. De estos no nos importa que sean musulmanes, porque son negros, o tal vez lo que no nos importa es que sean negros porque son musulmanes. De momento, su suerte no nos importa ni lo más mínimo, a pesar de que su desesperada población ha encontrado –últimamente- una salida a la hambruna y la necesidad en la salida al mar a la caza y captura de los pesqueros europeos que invaden sus aguas. O tal vez sea por esto, por evitar pagar aranceles, por recortarles sus derechos marítimos, por lo que no nos importa demasiado que Somalia sea un territorio olvidado en el que yo, estaría ya enfilando la recta final de mi vida por carecer de los avances médicos que en Europa damos por sentado.
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