Que te paguen por no hacer nada es el sueño de muchos. Nunca fue el mío. Cada vez que he estado en el paro he terminado trepando por las paredes muerta de estrés y aburrimiento. La inactividad no es para mí. Llevo un mes en mi nuevo trabajo y puedo decir sin temor a equivocarme que me pagan por no hacer nada. Paseíto por aquí, paseíto por allá, baja al comedor, madruga para ir al quinto pino y cuando den las seis, coge el abrigo y a casita. El resumen podría hacer saltar de alegría a más de uno, pero aquí estoy, escribiendo la quinta entrada del día en mi blog y con ganas de comerme a alguien para matar el hastío y el mal humor. El exceso de tiempo libre me hace darle demasiadas vueltas a todo: que si el invierno viene frío; que si las ranas criarán pelo alguna vez; que si el miedo puede ser patológico; que si seré eternamente inconformista; que si volverá la Nube Negra; que si hago la maleta y me voy a Madagascar a vivir en la selva o a Australia a criar koalas... ¡Uf! La una y media de la tarde. Hoy, para romper la rutina, mercadillo de ropa en las instalaciones del grupo. Prendas de presentadoras, semi nuevas y a precio de ganga. ¡Cómo mola la tele!
2 comentarios:
Y...¿buscan peña en el curro ese?
Seriously, el bajón es irremediable, estés a pleno rendimiento o con la sensación (real) de no hacer nada. La segunda sensación duele más, porque choca con la pasta de la que estás hecha.
jejejejejeje, pues no, encima parece que no buscan más estresados a los que pagar por pasearse. SI me entero de algo serás la primera en saberlo, jejejeje
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