No sé por qué pero siempre me ha disgustado bastante todo aquello que lleva la etiqueta de "de autor". Supongo que porque, a mi juicio, detrás de ella se esconden genios pero también auténticos sinsentidos que nadie alcanza a comprender porque responden a una locura tan personal de sus creadores que resulta por tanto imposible captar la totalidad del mensaje que pretenden transmitir por mucho que traten de explicártelo. Me sucede con el arte de vanguardia, esas obras tan abstractas y, en ocasiones, escatológicas que no encajan en los parámetros que yo tengo en mi cabeza para considerar que estoy ante algo artístico, ante una genialidad que es, por definición, única e irrepetible. Con el cine es algo parecido. Hay directores que logran captar la atención de crítica y público y que a mí se me antojan auténticos tostones que me dejan con una enorme interrogación en la cabeza al concluir la cinta, esperando la llegada de unos minutos extra que resuelvan todas las incógnitas. Este friki finde que apenas acaba de comenzar me ha dejado esa sensación con dos títulos que nada tienen que ver entre sí: "Caótica Ana", de Julio Medem, y "Quemar después de leer", de los hermanos Cohen. Aunque en ambos casos he llegado hasta los créditos finales, me he quedado con la sensación de que estaba ante dos películas absurdas, caóticas e intrascendentes que ni siquiera me han resultado entretenidas. Sé que muchos no estarán de acuerdo conmigo porque se trata de directores con gran éxito pero, para mí, ninguna de las dos cintas merece ser vista. Pero no se trata de echar por tierra todo el rollito de autor, de aquel que va por unos derroteros al margen, cual niño pijo que se hace okupa, porque también hay autores de calidad que incluso yo soy capaz de reconocer. Uno de ellos murió hace apenas dos días: el gran José Saramago. Un escritor de extraordinaria calidad que me dejó totalmente boquiabierta con su "Ensayo sobre la ceguera", con esa formidable historia en la que, ante la ausencia total de normas por hallarnos en estado de excepción por una epidemia de ceguera súbita, el ser humano se presenta como un animal violento capaz de las mayores atrocidades cuando se ve amenazado y el miedo se convierte en su única guía para la supervivencia. Supongo que lo más dramático es el hecho de saber que no se trata tanto de una ficción como de una posibilidad. Lo que para Saramago tampoco debía ser ficción era la unión en un sólo estado de España y Portugal, la recuperación de Iberia. Está claro que ya nunca lo verá pero son bastantes los que piensan que también es una posibilidad. O tal vez sea sólo una utopía, una utopía de autor.
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