Desayuno con la noticia de que la ONU, con la abstención de China y Alemania, ha resuelto intervenir en el conflicto libio después de semanas de enfrentamientos. La táctica es la que sigue: primero dejamos que Gadafi, el gran financiador de oscuros proyectos europeos, se encargue de barrer su casa y, cuando vemos que la sangre empieza a salpicar nuestra reluciente ropa de espectadores, entonces decidimos que hay que hacer algo. De este modo, pueden suceder dos cosas: que los rebeldes cierren filas con su tirano haciendo realidad el dicho "de los míos maldecir pero no maloír" o que las "fuerzas aliadas" liberen al pueblo libio y establezcan la democracia, o lo que es lo mismo, un gobierno afín a los intereses occidentales. ¡Pues vaya panorama! El mundo árabe no está para alianzas ni grandes piruetas, bastante tienen con solucionar sus problemas domésticos, como para ayudar a sus hermanos, por muy musulmanes que sean. Bueno, todos menos los saudíes que han decidido apoyar al gobierno bahreiní para sofocar sus revueltas internas. ¡Qué buenos hermanos! ¡Ah no, que esos son los infiltrados de los malos!
Cada vez estoy más segura de que hay que combatir la injusticia, aunque te cueste la vida -bueno, mejor que no sea literalmente. Porque la mala gente existe porque los buenos se cruzan de brazos y piensan que con la educación, las buenas intenciones y el corazón se llega lejos y, por desgracia, aún no es el momento de que esos valores sean el motor de este mundo. Pero todo llegará, ésta es una carrera de fondo, y sólo pueden ganar los buenos.
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