Está claro que en esta vida uno no puede tomar decisiones basándose en el que dirán de la gente, haciendo caso omiso de lo que verdaderamente quiere o siente para que nadie lo tache de raro pero es que la cosa tiene tela. Estamos en un momento de la historia de Occidente en el que lo más cool es ser de izquierdas y laico, así que quienes no se encuentren en ese saco, mejor se guardan sus opiniones o sufrirán en sus carnes, cuanto menos, la estupefacción colectiva. Al mismo tiempo, proliferan nuevas ¿tendencias? ¿religiones? ¿espiritualidades? Realmente no sé qué nombre tienen pero lo cierto es que todo ciudadano que se precie debe practicar yoga o taichi, hacer meditación, creer en las energías cósmicas, decorar su casa conforme a los principios zen o leerse El Secreto, un panfleto insoportable que recopila inefables testimonios de telepredicadores del tres al cuarto. Creer en Dios no sólo no está de moda sino que es algo tan superado, como plantearse si la Tierra es plana, bueno, eso dicen. El problema, como siempre, es que cuando el mundo camina hacia un lado, yo siento la imperiosa necesidad de caminar justo en la dirección contraria. ¿Cómo es posible que haya tanto libro de autoayuda entre los bestsellers de la literatura actual? Realmente estamos más perdidos de lo que parece. Todos esos libros hacen especial hincapié en la individualidad. Pongamos que el fin es bueno, ser felices sin hacer daño a nadie, pero ¿y el medio? ¿es el adecuado? Este tipo de filosofías baratas no hacen sino fomentar el hedonismo, la satisfacción inmediata de los placeres sin esfuerzo alguno y ahí radica la clave del éxito de ventas. Pero, ¿por qué creemos que podemos ser felices si sonreímos todas las mañanas al vecino o al jefe y no podemos creer que fuimos creados y que estamos aquí porque Dios lo ha decidido así? Ya sé que es fácil creer que estamos solos en el universo, que nos hemos hecho a nosotros mismos y que no necesitamos a nadie pero esto se acerca peligrosamente al “divide y vencerás”. El problema es que no sabemos a quién nos enfrentamos y, mientras se muestra ante nosotros, consigue que creamos hasta en las cosas más peregrinas con tal de apartarnos de la religión. Porque, dicen muchos, la religión es manipulación y, digo yo, ¿acaso el consumismo exacerbado en el que nos encontramos inmersos no es una forma de manipularnos? Tener euros para gastar en cosas que no necesitamos obviamente no nos hace más felices (véanse las estadísticas de suicidios o, simplemente, de consumo de drogas y antidepresivos). Entonces, ¿por qué nos cuesta menos acercarnos a algo artificial y desconocido que profundizar en el conocimiento de una supuesta “mentira” que dura varios miles de años y nadie ha sido capaz de demostrar que es falsa? A veces no entiendo nada.
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