Este pequeño hombrecillo, que reparte hojas amarillas, estaba hace unos días en pleno centro de la ciudad abordando a quienes pasaban junto a él al salir a la superficie desde el suburbano. Le hice una foto disimuladamente con el móvil y aunque no se le reconoce, sí que logré retener el instante en el que, sin perder la sonrisa, prometía el paraíso a quien quisiera escucharlo. Obviamente todo el mundo lo ignoraba. En España no estamos acostumbrados a este tipo de pastoreo callejero, a que alguien nos inste, en plena calle, a replantearnos nuestra vida. Demasiado ocupados, demasiado importantes que diría El Principito.
El pequeño panfleto, del tamaño de una fotografía, decía en negrita: ¡Dios tiene un plan para tu vida! En apenas unas líneas se destacaba la esencia del cristianismo, en este caso en su vertiente evangélica: que Dios es el Creador, que el pecado nos separa de él, que entraremos en su reino si nos arrepentimos, que Jesucristo es el camino... A mí nunca me terminó de convencer este discurso ya que lejos de resolver cuestiones me planteaba aún más dudas pero, sin embargo, me parece todo un acto de valentía que, en los tiempos que corren, aún haya gente dispuesta a enseñarle a los demás la profundidad de su creencia, la esencia del Creador, aún sabiendo que la única respuesta que obtendrán ante tal esfuerzo sea un gruñido mañanero o la más absoluta indiferencia.
El pequeño panfleto, del tamaño de una fotografía, decía en negrita: ¡Dios tiene un plan para tu vida! En apenas unas líneas se destacaba la esencia del cristianismo, en este caso en su vertiente evangélica: que Dios es el Creador, que el pecado nos separa de él, que entraremos en su reino si nos arrepentimos, que Jesucristo es el camino... A mí nunca me terminó de convencer este discurso ya que lejos de resolver cuestiones me planteaba aún más dudas pero, sin embargo, me parece todo un acto de valentía que, en los tiempos que corren, aún haya gente dispuesta a enseñarle a los demás la profundidad de su creencia, la esencia del Creador, aún sabiendo que la única respuesta que obtendrán ante tal esfuerzo sea un gruñido mañanero o la más absoluta indiferencia.
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