Mouad se ha levantado hoy con mal cuerpo. Lo de levantarse es casi un decir porque no pegó ojo en toda la noche. Su boda concertada con ese misterioso príncipe que le escribe cartas de amor pero que no es capaz de enviarle siquiera un retrato la tiene totalmente bloqueada. Hoy era el gran día, después de muchas semanas de espera, se había concertado por fin una cita con el heredero persa Aaster ibn Iskoh pero sus múltiples compromisos diplomáticos parece que van a confinarle a la torre más alta del castillo hasta que su alteza regrese. Y en los tiempos que corren, viajando en esos coches de caballos, reales sí pero insuficientemente rápidos, pueden pasar semanas. Todos dicen que es un gran partido pero la princesa no tiene apego alguno a lo material, quizá porque nunca le ha faltado, y sueña con un príncipe azul que responda a ese patrón romántico que su aya le muestra a través de las novelas. Está ansiosa por verle pero, al mismo tiempo, lamenta que tan inoportuna noticia le llegue cuando ya está a medio camino por lo que tendrá que esperar en el palacio del joven donde todos son extraños para ella. Sin embargo, aún queda bastante camino así que ya verá qué hace a su llegada... De repente, una piedra desestabiliza el carruaje y abre los ojos.... El tren se abre paso por el desierto de los Monegros a una velocidad casi supersónica pero imperceptible, una vez más se ha quedado traspuesta flotando por el mundo paralelo en el que sueña vivir. Si el príncipe aparecerá o no es todo un misterio aún a estas horas de la tarde. Tiene ganas de gritar de rabia e impotencia pero se hace cargo de la situación. La diplomacia es como los hijos, que te absorbe a tiempo completo. Empieza a estar cansada de esta situación. Tal vez vaya siendo hora de que actúe como una verdadera sargento....
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