La mayor parte de los días, me siento afortunada por la vida que llevo, lejos de los sobresaltos y preocupaciones económicas que estos días acechan a la mayoría de mis convecinos pero otros, obviando el hecho de tener salud y seguir respirando, siento que malgasto mi vida llevando y trayendo cafés, cobrando por no hacer nada. Sí, sí, lo sé, el sueño español. Hoy nuevamente tengo ganas de salir corriendo, de escapar de esta desidia tan brutal que me acompaña a diario. Este tiempo tan precioso que se me escapa entre los dedos podría emplearlo en cultivar tomates, ayudar en una ONG o, simplemente, pintar las paredes de mi casa, pero aquí estoy, contando los días para irme a casa a reñir con toda la familia durante las vacaciones. ¿Estaré satisfecha algún día?
viernes, 26 de noviembre de 2010
jueves, 25 de noviembre de 2010
Desfaciendo realidades indiscutibles
Yamaia estuvo este fin de semana de visita. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, por lo que había que ponerse al día de todo en tan sólo cuatro días ¡y vaya si lo hicimos! Horas y horas de conversaciones que se alargaban hasta altas horas de la madrugada, haciendo un repaso exhaustivo del mundo que nos rodea. Siempre nos hemos entendido bien, desde nuestros años en la universidad. Ya entonces éramos un poco raritas, desde luego muy alejadas de lo que podría considerarse populares, pero nos reíamos del mundo con la misma seguridad que ahora, la de quien es consciente de que nada es lo que parece, de que nuestros principios son inquebrantables aunque eso conlleve la más absoluta incomprensión de nuestro círculo.
“Hacía tiempo que no mantenía una conversación tan profunda sobre las cosas de la vida... no es tan fácil encontrar a gente con quién hablar así”, me dijo mientras comíamos uno de los días.
Yo la miré un tanto alucinada y pensé, bueno, pues tampoco es para tanto ¿no? “Yo sí que puedo hablar de todas estas cosas con bastante gente”, me dije. Entonces caí en la cuenta, sólo cuando sales del círculo, cuando sacas los pies fuera del cesto de tu más tierna infancia, de esa placenta social de la que una gran mayoría de la población no llega a salir jamás, te das cuenta de que nos toman el pelo, de que este mundo nuestro tan indiscutiblemente desarrollado, moderno y único es absolutamente invisible para la mayor parte de mi vecindario, la mayoría de los cuales hablan lenguas cuyos caracteres ni siquiera soy capaz de reproducir aún armándome de paciencia. Cuando hablo con alguno de ellos, me doy cuenta de cuánto se ha abierto mi horizonte mental, de por qué siento tanta incomprensión entre mis amistades de toda la vida. Para muchos, tener un coche mega estupendo, ganar un montón de pasta y comer y beber sin preocuparse del montante total de la cuenta son los indicadores de una vida plenamente satisfactoria. Así que no debería sorprenderme que me miren extrañados cuando les digo que yo sólo quiero ser feliz y que todos esos aderezos no me sirven para nada si no estoy con la persona que amo, si no me rodeo de gente que verdaderamente me quiera, si no tengo una recua de chiquillos que estropeen mis largas mañanas de domingo durmiendo. Entonces, me acuerdo de la poli de mi clase y pienso que verdaderamente estoy fuera de lugar: “o sea, pues para mi está bastante claro lo que es el bien y el mal, un terrorista es malo pero un mártir... un mártir muere por una buena causa luego es bueno, ¿no?”. Sí, sí, nosotros somos los buenos y los otros, como siempre, los malos. Para terminar de destrozar un poco más el cuento, recomiendo una lectura breve, la de “Armas silenciosas para guerras tranquilas” que se puede encontrar fácilmente online. ¿Brevemente? Ni los malos son tan malos ni el Estado es una hermanita de la caridad.
“Hacía tiempo que no mantenía una conversación tan profunda sobre las cosas de la vida... no es tan fácil encontrar a gente con quién hablar así”, me dijo mientras comíamos uno de los días.
Yo la miré un tanto alucinada y pensé, bueno, pues tampoco es para tanto ¿no? “Yo sí que puedo hablar de todas estas cosas con bastante gente”, me dije. Entonces caí en la cuenta, sólo cuando sales del círculo, cuando sacas los pies fuera del cesto de tu más tierna infancia, de esa placenta social de la que una gran mayoría de la población no llega a salir jamás, te das cuenta de que nos toman el pelo, de que este mundo nuestro tan indiscutiblemente desarrollado, moderno y único es absolutamente invisible para la mayor parte de mi vecindario, la mayoría de los cuales hablan lenguas cuyos caracteres ni siquiera soy capaz de reproducir aún armándome de paciencia. Cuando hablo con alguno de ellos, me doy cuenta de cuánto se ha abierto mi horizonte mental, de por qué siento tanta incomprensión entre mis amistades de toda la vida. Para muchos, tener un coche mega estupendo, ganar un montón de pasta y comer y beber sin preocuparse del montante total de la cuenta son los indicadores de una vida plenamente satisfactoria. Así que no debería sorprenderme que me miren extrañados cuando les digo que yo sólo quiero ser feliz y que todos esos aderezos no me sirven para nada si no estoy con la persona que amo, si no me rodeo de gente que verdaderamente me quiera, si no tengo una recua de chiquillos que estropeen mis largas mañanas de domingo durmiendo. Entonces, me acuerdo de la poli de mi clase y pienso que verdaderamente estoy fuera de lugar: “o sea, pues para mi está bastante claro lo que es el bien y el mal, un terrorista es malo pero un mártir... un mártir muere por una buena causa luego es bueno, ¿no?”. Sí, sí, nosotros somos los buenos y los otros, como siempre, los malos. Para terminar de destrozar un poco más el cuento, recomiendo una lectura breve, la de “Armas silenciosas para guerras tranquilas” que se puede encontrar fácilmente online. ¿Brevemente? Ni los malos son tan malos ni el Estado es una hermanita de la caridad.
viernes, 12 de noviembre de 2010
El mundo gira
Me aburro y siento que desperdicio mi talento (;P) cuando enciendo la tele y veo lo que está sucediendo ahí afuera mientras paso las horas muertas ante un ordenador en un trabajo que no me aporta nada ni a mí ni a los demás. Desde aquí no cambiaré el mundo, está claro. Veo las nuevas reformas gramaticales y ortográficas de la RAE y siento que hasta una institución tan lenta como ésta avanza más que yo. No me gustan las nuevas reglas, así que no pienso aplicarlas. Me da igual que “solo” les guste más sin tilde, aunque sea diacrítica, yo seré como esas viejecillas que aún hoy siguen escribiendo substancia o substantivo. Tengo la esperanza de que dicha modificación sea tan poco exitosa como sicólogo o siquiatra, que son tan ajenas a mi educación lingüística que tengo que pronunciarlas en voz alta para saber qué significado encierran porque visualmente me resultan irreconocibles. Veo a Angels Barcelò en El Aaiún, cubriendo esa barbarie que el ejército marroquí está cometiendo con nuestros hermanos saharauis y me dan ganas de salir corriendo, al fin y al cabo, no necesito visado para entrar. España, como siempre, mira para otro lado aún a pesar de que la situación que atraviesan es todo culpa nuestra, culpa de la descolonización, de nuestras ansias expansionistas, de nuestra pobreza de espíritu, de nuestra falta total de moral cuando no hay rendimiento económico de por medio. Hoy, echo de menos mis días en El Estrecho, cuando, aunque no sirviera para mucho, las páginas del periódico local me servían para denunciar situaciones injustas y demasiado cotidianas. Hoy siento que la vida sigue y que yo no aporto nada.
lunes, 8 de noviembre de 2010
La soberbia del ganador
Vale que no compita en una selección nacional y que, por lo tanto, el pequeño “espartano” no tenga la obligación de adherirse a los colores de una bandera pero es que cada vez que el muchacho abre la boca sube el pan. Dice que ser competitivo, ambicioso y tener éxito no es compatible con la humildad, debería echar un vistazo a su paisano Rafa Nadal y dejar de decir semejantes tonterías. ¿Que quiere seguir siendo así de soberbio? Perfecto, pero que no se escude en bobadas como que “ni siquiera Jesucristo que fue un hombre bondadoso gustó a todo el mundo”. ¿Pero cómo puede ser tan cretino? Lástima que a los 23 años, Lorenzo sea uno de esos campeones inaguantables a los que les puede el peso de su ego. Será mejor que tenga cuidado porque un exceso de tal “equipaje” puede hacerle caer de la moto y, entonces, el golpe será mucho más fuerte. Dice que tiene alma de espartano, sinceramente creo que Leónidas le hubiera echado de su magnífico ejército porque aunque este criajo está hecho para ganar, no está hecho para compartir la gloria y eso, en una guerra, establece la diferencia entre la vida y la muerte. Anoche, en la entrega de premios de Moto GP, el niñato se retrató así:
Ernest Riveras (RTVE): “después de Crivillé en 1999, por fin el nombre de otro piloto español vuelve a estar en lo más alto del podio de Moto GP”.
Jorge Lorenzo: “¿español?”.
E.R: “sí, sí, español”.
Ernest Riveras (RTVE): “después de Crivillé en 1999, por fin el nombre de otro piloto español vuelve a estar en lo más alto del podio de Moto GP”.
Jorge Lorenzo: “¿español?”.
E.R: “sí, sí, español”.
Pues nada, tontos tiene que haber en todas partes. A ver si para la próxima aprende de la humildad de grandes perdedores como: Pedrosa, Alonso, Gasol, Casillas o Nadal, que ejemplos patrios (o no) no le faltan al muchacho.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Yo soy yo y mis circunstancias
Hace poco hice un curso bastante interesante sobre cómo hablar en público. La profesora trataba de explorar cuáles eran nuestros miedos para ser capaces de mantener la compostura de tal modo que nadie más que nosotros note el nerviosismo que nos invade al situarnos frente a una sala muy concurrida con decenas de ojos escrutándonos. Todo iba bastante bien hasta que se le ocurrió hacer una afirmación que me dejó sorprendida y me hizo perder el hilo de su intervención: “si hubiera nacido en África, sería exactamente igual que soy ahora pero con la piel más oscura”. ¿Es eso cierto? ¿Somos quienes somos en cualquier circunstancia? No lo creo en absoluto. Aunque está claro que una parte de nuestra personalidad es absolutamente innata e independiente de cualquier injerencia que otros, ya sean familia, amigos o sociedad en general, pretendan ejercer sobre nosotros; está claro que nuestro carácter, nuestras ideas, nuestro pensamiento e, incluso, nuestras creencias, están condicionadas por la sociedad en la que vivimos, por los padres que nos crían, por la vida que nos toca vivir. Ni siquiera sería la misma si hubiera crecido igualmente en España pero en un orfanato, así que ¿cómo iba a ser igual si hubiera nacido en Mauritania, Costa de Marfil o Sudáfrica? Para empezar, lo más probable es que no hubiera sido bautizada en la fe católica sino que fuera animista, musulmana o tal vez cristiana protestante. Es probable que internet, Apple y sus juguetitos o ir al teatro fueran cosas que me resultarían totalmente superfluas teniendo en cuenta que viviría en países donde no se respetan los derechos humanos, donde la corrupción es aún más salvaje que en España y donde el hambre y los conflictos raciales serían el principal condicionante para acceder a una buena educación. Si fuera de la elite blanca, es posible que hubiera estudiado en una universidad europea pero ¿y si hubiera nacido en una familia negra? En Sudáfrica, por ejemplo, no hubiera tenido el mismo acceso a la información y a la educación y, aunque estoy segura de que sería igualmente inconformista y luchadora, es probable que lo hiciera más a favor de los derechos de mi comunidad, de las libertades de mi país que de mis opciones laborales. Así que, sí, la parte que es innata en mi sería igual pero no así la parte que depende del entorno en el que creces, de la cultura que te rodea, ¿acaso vería el mundo igual si viviera en una aldea masai o en una reserva natural o en un suburbio de una gran ciudad o en la medina de cualquier pueblo de la costa mediterránea? Indudablemente no. ¿Cómo podemos creernos tan incorruptibles, tan perfectos, como para no darnos cuenta de que gran parte de lo que somos no es mérito nuestro sino un regalo, una auténtica bendición? Si hubiera nacido en África no sería la yo que conozco hoy.
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