Lo que parecía imposible, y con un retraso de ochenta años, ha llegado. Barack Obama logró ayer los apoyos suficientes para que su propuesta de reforma sanitaria saliera adelante. Tras una ajustada votación, la justicia universal se abrió paso para garantizar la cobertura sanitaria de más de 30 millones de personas que, en la primera potencia mundial, quedaban al margen de una sanidad planteada sólo para los ricos, para aquellos que podían permitirse un seguro privado. El avance no es baladí no sólo porque se acerca la Sanidad, uno de los pilares del Estado de Bienestar, a toda la población, sino porque se reduce así el poder de las empresas farmaceúticas y aseguradoras que, a costa de la salud del contribuyente, se hacían de oro. Son muchos los que se frotan las manos pensando que con esta decisión Obama se ha cavado su propia tumba electoral de cara a las próximas elecciones del Senado y el Congreso aunque, si la cordura impera en las mentes de los estadounidenses, pronto la mayoría verá los beneficios de un paso como éste que, en ningún caso, va a llevar a la quiebra al Estado.
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