El pasado fin de semana, aprovechando una ocasión para socializar de esas que no caen todos los días en esta ciudad, conocí el famoso barrio de El Raval. Situado en pleno corazón urbano, el Lavapiés barcelonés se presenta como una zona peligrosa en la que -según los cosmopolitas autóctonos- lo mínimo que puedes perder es la cartera. Como suele ser habitual, la realidad no se ajusta a esta ficción en la que uno puede degustar el auténtico sabor del mestizaje con el mero hecho de pasear por sus estrechas calles. Tiendas de ropa alternativa y extravagante, restaurantes de comida rápida con sabor turco, pakistaní, chino o árabe, baretos cutres al más puro estilo español y tiendas de barrio de ultramarinos conforman un paisaje en el que, entre otros, se enclava la Facultad de Comunicación de la UB así que, tan peligroso no será... De lo visto hasta ahora, sin duda es el barrio con más vida al caer la noche puesto que esta urbe no se caracteriza, precisamente, por su ambiente de barrio más allá de las zonas comerciales. Es cierto que sus habitantes son mayoritariamente extranjeros pero de todas las procedencias imaginables, incluido el ámbito europeo. La estampa que uno puede observar allí habla de jóvenes en bicicleta, con rastas, algunos fumetas, ambiente agradable por las calles, con gente que socializa, que se relaciona con otros aunque sean diferentes -algo raro de encontrar a pesar de que presumen de cosmopolitismo- y que pasa el rato jugando al baloncesto o al bádminton en las pistas municipales bajo la luz de una farola. Ése es el Raval que yo he visto, el que tiene delincuencia y marginalidad, supongo que también exista, como en todas las grandes ciudades, pero desde luego no es el único.
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