Hoy el día amanece nublado. Sentada frente al ordenador dejo vagar mi mente por tierras lejanas. Al fondo veo la cúpula del palacio de Montjuic, me recuerda a la catedral de Salamanca, con esa profusión de elementos arquitectónicos que tanto gusta a los turistas. Más en primer plano, unos cipreses de sombra alargada me hacen evocar el llamado Bosque de los Ausentes, en el Retiro, yo no pienso en muertos pero sí en todos aquellos que ahora me faltan. A los lados, unas extrañas torres que aún no sé para qué sirven me recuerdan a los minaretes de las mezquitas. Con ellas no me voy a ningún lugar aunque sí sueño con aquellos que algún día visitaré. A todo ello, le sumo la visión aérea que quedó en mi retina la primera semana: allá donde mirase, tan sólo veía tejados planos, con amplias terrazas, llenos de antenas, cables, jardines poco cuidados y ropa tendida. Era Polonia pero yo quería pensar que regresaba a Marruecos, al menos allí la gente es más amable (sí pero también más pesada), el ritmo es más lento, la vida más barata y el mundo se para a tu antojo haciéndote disfrutar de cada segundo con una intensidad desconocida a este lado del Mediterráneo. Hoy el día amanece nublado y mientras evoco tiempos mejores con los ojos abiertos, una apestosa gaviota sobrevuela en círculos el parking a medio construir que tengo bajo la ventana trayéndome de nuevo a esta realidad que hoy se me antoja insoportable. Tal vez vaya por fin a la playa este fin de semana, a ver si el olor del salitre me altera un poco esta terrible percepción.
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