No sirve de nada ser políticamente correcto, si lo sabré yo. Lo das todo y no recibes ni una migaja. Ya sé que no hay que dar esperando recibir pero cuando das a los demás lo que crees que necesitan para que te hagan la vida más fácil y no obtienes resultados... Pues entonces, hay que cambiar de estrategia. Voy a ser políticamente incorrecta. No me voy a callar ni una, no voy a pasar ni media, eso sí, siempre con una sonrisa políticamente correcta. Vivan los cursos de empresa, que sirven para frustrarte aún más, llegas con toda tu ilusión, queriendo compartir conocimientos y... ¡pataplám! La primera en la frente.
Y luego están los exámenes, a ver que están muy bien para calificar al personal cuando tienes una ingente masa de candidatos a los que ni conoces ni tienes tiempo de conocer, pero cuando asistes a todas las clases.... ¡El profe ya sabe quién eres y de qué pie cojeas! ¿Por qué jugártelo todo a una carta? Se acabó. Paso de estudiar, doy el callo cada día y ¿aún tengo que estar nerviosa porque igual me suspenden? No es justo. Yo no sé vocabulario de fontanería pero mi nivel de francés es más que aceptable, así que, ¿cómo podrían suspenderme por no saber hablar de tuberías si puedo hablar de política? Podría haber sido políticamente correcta y limitarme a comentar absurdeces sobre el texto que decía que la ley del divorcio es uno de los avances del siglo XX pero en lugar de eso, me dediqué a quejarme por ser tan sumamente chovinistas y por pasarnos la vida inventando cosas que otras civilizaciones inventaron primero. ¿Donde están los de la SGAE en estas cuestiones? Esto sí que es verdaderamente importante, pero como no hay patente que valga que diga que el sistema de enseñanza de los griegos era más efectivo para crear mentes pensantes que cualquiera de los que tenemos en la actualidad...
Estoy harta de tanta superficialidad, me ahogo ante tanta injusticia, tanta indiferencia, tanto individualismo, tanta inmadurez, tanta falta de valentía. Sé que no puedo cambiar el mundo, pero fijo que voy a dejarme la piel en cambiar al menos el que me rodea. Cueste lo que cueste.
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