¿Por qué tengo que llevar un vestido con escote de vértigo cuando mis colegas de profesión van con un traje y corbata pasando calor en pleno verano? Yo entiendo que la llamada al recato en el Corán va por ahí porque, nos pongamos como nos pongamos, y aunque me pese, lo cierto es que no somos iguales, no es lo mismo ser hombre que mujer y la sociedad también reconoce estas diferencias aunque nosotros las hayamos interiorizado. Lo que más rabia me da es que esta sociedad hipócrita en la que vivimos nos hace creer que gozamos de total libertad cuando las mujeres no dejan de ser objetos por más que se trate de señalar con el dedo a los demás. Aunque las operaciones de estética han crecido entre los hombres, son las mujeres las que se someten a ella con más frecuencia presionadas por una sociedad de consumo que potencia las mujeres eternamente jóvenes y perfectas, desnaturalizadas, en las que ser madre no está bien visto y en la que la realidad dice que tenemos que ser supermujeres para poder llegar a todo. Porque a pesar de todos los avances, la conciliación de la vida familiar y laboral sigue siendo una utopía.
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