¿Por qué el Corán insta a las mujeres a cubrir su cuerpo y a los hombres no? Esa es una cuestión que, antes de conocer el Islam, me parecía tremendamente injusta y discriminatoria, como si las mujeres no valiéramos nada y tuviéramos que escondernos. Residí durante un tiempo en una ciudad donde la proporción musulmanes/cristianos era del 50% y traté de aprovechar mi condición de periodista para tratar con musulmanes e indagar un poco más sobre una religión que era tan diferente a la que, de algún modo, yo había aprendido. Preguntaba y preguntaba sin parar y cada respuesta que obtenía de los propios musulmanes, me convencía aún más de mis prejuicios. Ninguno de aquellos con los que me topé supo darme una explicación detallada de las razones y, tanto hombres como mujeres, se limitaban a regalarme un “porque sí” para cada una de las preguntas, no siendo su respuesta tanto una forma de librarse de mi como una expresión de la dificultad que tenían para explicar conceptos que aprendían desde pequeños y que, tal vez, ninguno se hubiera parado a plantearse antes, habida cuenta de que en esa ciudad, musulmanes y cristianos coexistían pero no convivían. Mucho tiempo después, conocí a otro musulmán que me hizo ver las cosas de diferente manera. Esta vez yo no iba tanto de periodista ávida de conocimiento como de resabidilla. Compartiendo muchas horas de trabajo y de charla, me di cuenta de que tal vez yo estuviera equivocada pues él siempre tenía respuestas que nada tenían que ver con lo que yo creía saber y que me descolocaban y me hacían replantearme hasta qué punto yo sabía algo o ésta era una persona excepcional con un entendimiento de la religión única en su especie o quién sabe qué. El caso es que, por tercera vez, tuve que hacer las maletas y, una vez más, nuevos musulmanes se cruzaron en mi camino. A estas alturas, empezaba a creer que ya no eran casualidades, que ese Dios del que sólo me acordaba para pedir cosas o solucionar lo malo, quería decirme algo.
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