La principal arteria de Madrid, el eje Prado-Recoletos-Castellana, está estos días cortado al tráfico en la mitad de su recorrido y copado por los miles de peregrinos católicos que están ansiosos por ver a Benedicto XVI. El parque del Retiro ha dejado de ser, por unos días, ese pulmón verde multicultural para ser escenario de los doscientos confesionarios móviles que se han instalado para absolver los pecados de los fieles. Si España es aconfesional, si en la casilla de la declaración de la renta puedes elegir no dar tu parte a la iglesia, ¿por qué se destina parte de nuestro dinero a coordinar este evento? ¿Acaso se va a hacer lo mismo con el resto de religiones? Ya sé que la religión mayoritaria es la católica pero con este tipo de actos se discrimina a la población que no se siente representada por ello. No estoy en contra de la visita papal, me da lo mismo, deja dinero a la maltrecha economía española, atrae turismo... pero sí de que eso suponga cortar calles y ocupar espacios públicos. Que reserven pabellones o lo que sea, pero que se pague por ellos y que no interfiera en la vida de aquellos a los que no les interesa el acto.
Sin embargo, veo la nueva moda fiestera: inhalar alcohol para no dañar el hígado y destrozar los pulmones, y pienso que tal vez merezca la pena que Madrid esté estos días colapsado por una gente que, aunque no me represente, potencia los buenos sentimientos, las buenas acciones, apuesta por las relaciones sanas y sabe divertirse sin emborracharse o empastillarse aunque sólo sea porque así, tal vez, podamos replantearnos nuestras prioridades en esta vida. Ver que aún hay gente a la que le importan los demás, que cree que lo que haga en esta vida determinará su residencia en el Paraíso o el Infierno, es alentador cuando la sociedad nos empuja cada vez más hacia un mundo de perdición y exceso en el que el placer inmediato es lo único que vale.
Sin embargo, veo la nueva moda fiestera: inhalar alcohol para no dañar el hígado y destrozar los pulmones, y pienso que tal vez merezca la pena que Madrid esté estos días colapsado por una gente que, aunque no me represente, potencia los buenos sentimientos, las buenas acciones, apuesta por las relaciones sanas y sabe divertirse sin emborracharse o empastillarse aunque sólo sea porque así, tal vez, podamos replantearnos nuestras prioridades en esta vida. Ver que aún hay gente a la que le importan los demás, que cree que lo que haga en esta vida determinará su residencia en el Paraíso o el Infierno, es alentador cuando la sociedad nos empuja cada vez más hacia un mundo de perdición y exceso en el que el placer inmediato es lo único que vale.