Hoy me he levantado un poco Oriana Fallaci. Caminar por estas calles no demasiado bulliciosas me provoca una opresión en el pecho difícil de describir. Comienzo ahora a comprender lo que esta periodista, para mi gusto un tanto fascista, sentía al ver en lo que se había convertido su adorada Italia con la llegada de la inmigración. No es el extranjero el motivo de mi furia sino más bien el autóctono, ése que te obliga a sentirte apenas un huésped en tu propio país. Tras sonrisas más o menos amables se esconde la frialdad de un pueblo no acostumbrado a la efusividad en los saludos que, veladamente, te aisla idiomáticamente. Es por eso que me siento 'arrabbiata', que me sale una vena españolista que me nubla la razón y me hace pensar que mi vida aquí pasa por 'l'integraciò total'. Ya se sabe, adaptarse o morir.
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