Es increíble como, a veces, un hecho cotidiano sin demasiada trascendencia, al menos no vital, supone una bofetada de realidad difícil de digerir. Tres de la tarde, incauta de rasgos caucásicos se acerca despreocupadamente a un restaurante de comida rápida, coge su hamburguesa, posa su bolso junto a la pared y hojea el periódico. De vez en cuando revisa el bolso, espera una llamada. Apenas cinco minutos después de la última hojeada recoge los bártulos para irse pero... ya no hay nada que recoger. El bolso ha desaparecido y con ella todas sus pertenencias. Tras los trámites burocráticos de rigor se da cuenta de que no tiene nada: ni móvil, ni dinero, ni identidad, ni tampoco las llaves de su casa. Suerte que sigue en el trabajo. Amablemente su jefa le presta lo necesario para pernoctar en un hotel, no precisamente de mala muerte. Agradece su suerte, ¡cómo no!, pero una punzada de amargura retuerce su estómago. ¿Cómo un simple robo cutre y salchichero puede dejarte completamente desamparada? Si hubiera ocurrido en día festivo, recién llegada a Polonia, sin amigos, sin números de teléfono, hubiera terminado en un albergue o apelando a la hospitalidad de sus desconocidos vecinos. Ahora más que nunca me doy cuenta de que mi padre tiene razón: "hay que tener amigos hasta en el infierno". Yo prefiero tenerlos más cerca y crear mi universo celestial con ellos. Tenía razón al pensar que mudarme a Polonia no era buena idea, al sufrir por no conocer a nadie, al pensar que iba a sentirme sola. 24 horas después he recuperado mi identidad y tengo dinero y hasta creo que podré dormir en mi casa pero sigo sin querer estar sola. Polonia será muy bonita pero aquí solo hay polacos; mis vikingos y mis moros están lejos. Hoy más que nunca, demasiado lejos.
viernes, 29 de enero de 2010
jueves, 28 de enero de 2010
Creer o no creer
Desde que supe que era candidato a la Presidencia, creí en él, en su sonrisa franca, en sus maneras sencillas sin grandes aspavientos, creí que podría cambiar las cosas, no de una manera radical, por supuesto, pero sí suavemente, sin demasiado ruido. Porque esos son los mejores cambios, los que se instalan poco a poco sin altavoces y se quedan entre nosotros porque así lo decidimos. El primer paso ha sido revolucionario e inevitablemente ha causado ruido pero si finalmente se aprueban, 40 millones de personas que ahora no tienen acceso a la Sanidad pública podrán evitar la penosa situación de no tener acceso a un tratamiento médico por falta de dinero. Demasiado bueno como para que las grandes empresas farmaceúticas, las aseguradoras médicas y todos los que sacan tajada de esta gran injusticia le dejen el camino libre, pero en ello está.
Sin embargo, lo malo de EEUU es que nos hemos acostumbrado a que piense y actúe por nosotros. Son muchos los que alzan su voz contra esta "súper potencia hiper protectora" que se ha convertido en el perejil de todas las salsas. Este afán de protagonismo viene bien en ocasiones como ahora que ha asumido el mando en la catástrofe de Haití por ser el más próximo, el más preparado o el más intervencionista. No importan los motivos, sólo la premura en la respuesta para ayudar a una población que, ahora más que nunca, se muere. Podría hablar largo y tendido sobre los motivos que nos llevan a olvidar a este Tercer Mundo que sólo aparece ante nuestros ojos cuando un tifón, un terremoto o alguna otra desgracia llama desgarradoramente a nuestras puertas, pero hoy quiero hablar de otra cosa, de los talibanes. Ha llegado un momento en el que si te crees todo lo que lees y todo lo que EEUU dice, te vuelves loco. ¿No se supone que eran nuestros enemigos? ¿esos locos fanáticos que, tan pronto como ven un rayo de occidentalidad, disparan sus fusiles sin miramientos? ¿unos criminales que había que perseguir por el bien del Estado de Bienestar? Pues no, ahora resulta que ya no son tan malos, que se han sacado a cinco de ellos de la lista de "los más buscados" en aras de una mejora en la situación política de Afganistán. Ellos lo han recibido con júbilo, como no podía ser de otro modo. Yo con excepticismo. Porque ya no me creo nada, porque ni los buenos son tan buenos ni los malos tan terribles. Porque no podemos seguir trazando el mundo sólo en blanco y negro. Porque todo depende siempre del cristal con que se mira. Porque, tal vez, aunque nos cueste reconocerlo, ellos tengan su parte de razón (aunque la violencia sólo genere odio). Porque Occidente siempre mete la mano en aquellos países de los que se puede sacar algo. Afganistán, oh sorpresa, es el fabricante del 90% del opio mundial por eso vamos de sheriffs "desfacedores de entuertos" ocultos bajo un supuesto deseo de llevar la libertad a todos los pueblos de la Tierra, aunque nadie se acuerde de que Haití se muere de hambre, de que también hay islamistas fanáticos en Indonesia, de que sigue habiendo problemas en los Balcanes o de que en países como Costa de Marfil se siguen librando guerras fraticidas desde hace décadas. Pero, ¿qué tienen ellos que ofrecer? ¿diamantes, petróleo, drogas? En ese caso, pobrecitos, pero no podemos estar en todas partes.
miércoles, 27 de enero de 2010
Aprendizaje desde el exilio
Recorro las frías calles de la ciudad y, por primera vez, caigo en la cuenta de lo duro que es ser inmigrante en un territorio en el que constantemente te recuerdan que no eres como los demás, que eres diferente, que eres inferior (¡qué distinto si eres un turista o un rico extranjero al que hacerle la pelota!) y que, por lo tanto, tienes que agradecer el suelo que pisas y que muy a su pesar te acoge. Entonces pienso en que lo que a mi me resulta duro no es más que un cuento de hadas discurriendo por un camino más sinuoso del habitual que nada tiene que ver con esta otra realidad. Y de repente me siento egoísta pero también más comprensiva, más tolerante, más abierta y menos intransigente hacia quienes, hartos de tanta injusticia, de tanto maltrato, de ser unos parias en el soñado primer mundo, se refugian en sus tradiciones, en su cultura, en sus raíces y deciden ignorar a quienes les tratan como si no existieran de la única forma que saben: creando sus propios universos. Creando pequeños espacios de la tierra que dejan atrás para llevar con mejor cara la incomprensión, la frialdad, el aislamiento, el desprecio de aquellos a los que, tal vez un día, soñaron conocer. ¿Integración? Sí pero todos tenemos que poner de nuestra parte, dejar a un lado nuestros miedos, nuestros prejuicios y abrirnos a todo lo bueno que "los otros" pueden aportarnos. Porque todavía no ha nacido el hombre, la cultura, la idea, la civilización perfecta. Porque la única forma de sobrevivir a la historia es discurrir por el camino del mestizaje, abrir las puertas a nuevos aires y dejar que estos recorran las estancias más rancias de nuestra mente.
viernes, 22 de enero de 2010
La vida me mata
La estupidez humana alcanza unos límites que, muchas veces, escapan al conocimiento pero que rara vez se vislumbran si a uno le sobreviene la muerte sin haber salido del desierto. Todo hombre que se precie buscará con ahínco traspasar los límites del mundo que conoce y, para ello, nada mejor que dejar a un lado la avaricia del espíritu y emprender un viaje que le lleve, de un salto, a cruzar la línea invisible de la ignorancia. Sólo en ese instante tomará conciencia de la oscuridad en la que había vivido y su alma estallará de júbilo hasta dejarlo flotando en las nubes.
La rabbia e l'orgoglio
Hoy me he levantado un poco Oriana Fallaci. Caminar por estas calles no demasiado bulliciosas me provoca una opresión en el pecho difícil de describir. Comienzo ahora a comprender lo que esta periodista, para mi gusto un tanto fascista, sentía al ver en lo que se había convertido su adorada Italia con la llegada de la inmigración. No es el extranjero el motivo de mi furia sino más bien el autóctono, ése que te obliga a sentirte apenas un huésped en tu propio país. Tras sonrisas más o menos amables se esconde la frialdad de un pueblo no acostumbrado a la efusividad en los saludos que, veladamente, te aisla idiomáticamente. Es por eso que me siento 'arrabbiata', que me sale una vena españolista que me nubla la razón y me hace pensar que mi vida aquí pasa por 'l'integraciò total'. Ya se sabe, adaptarse o morir.
jueves, 21 de enero de 2010
Dolorosos cambios
La agonía se prolongó durante más de un mes, cada mañana oteaba el horizonte y veía cómo se acercaba la negra nube, mi Nube Negra. Era como esperar a un tornado: lo ves con tanta antelación que, en un momento dado, deseas que llegue aún sabiendo que puedes perderlo todo a su paso. Por fin mi nube llegó y arrasó con todo, dejándome sola y desamparada en la inmensidad de este desierto urbano cuya gente habla en un idioma raro y no parece dispuesta a acogerme con el calor que necesito. Sé que algún día todo volverá a ser como antes, que las cosas volverán a estar en su sitio pero el reto que tengo delante se me antoja ahora demasiado pindio. Sólo espero no caer rodando cuesta abajo una y otra vez.
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