El sábado fui al Teatro de Madrid para disfrutar de una tarde de ballet con una obra maravillosa de William Shakespeare: Romeo y Julieta. Hacía días que veía las calles de la ciudad empapeladas con carteles anunciando la representación y no quise perdérmela. Nunca había ido al ballet y tampoco conocía a la compañía, el Ballet de la Ópera de El Cairo. Fiel a mis prejuicios pensé que tal vez no me gustaría, que lo mismo ofrecían una representación alternativa que no guardase rigor con el texto original y, cómo no, me equivoqué. Apenas un centenar de personas acudimos a la cita en un recinto inmenso en el que los artistas no podían recibir la calidez de tan escaso público. Sin embargo, mereció la pena. Fue estupendo ver a una veintena de bailarines rusos y egipcios representando, sólo con la fuerza de la interpretación de su danza, una de las obras más importantes del teatro mundial. Lástima que la música no fuera en directo porque hubiera sido la guinda espléndida para tan bello espectáculo. Pero sin duda lo más impactante fue ver a un Romeo y a una Julieta con rasgos árabes metiéndose en la piel de estos amantes del Medievo. Mientras los veía representar con gran dramatismo las escenas finales de la obra, no pude por menos que pensar que, como siempre, tratamos a los que no son como nosotros de forma injusta obviando lo bueno y resaltando lo malo. Nadie se preocupa de si en Egipto hay interés o no por el arte, por los textos clásicos occidentales, pero todos nos encargamos rápidamente de resaltar las malas noticias que de allí nos llegan: los enfrentamientos armados, el terrorismo o la severidad de las costumbres. Sin embargo, no todo está tan perdido como queremos pensar, no son tan salvajes como los líderes mundiales se empeñan en destacar (no en vano los egipcios fueron durante siglos una de las civilizaciones más importantes de la historia, la que nos dejó tesoros como las pirámides) no somos tan diferentes si tanto unos como otros sabemos apreciar la belleza de personajes tan bien trazados como los de Romeo y Julieta. ¿Será que el mundo no está tan acabado? ¿Qué no está todo perdido? ¿Qué aún es posible un mundo en el que quepamos todos?
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