Pasen y vean, damas y caballeros, por primera vez en la historia de los Juegos Para No Olímpicos hemos sido testigos directos de una fractura abierta de cráneo con traumatismo severo cuyo resultado no ha sido la muerte inmediata. Para aquellos que se incorporen en estos momentos a nuestra retransmisión procedemos ahora a hacer un breve relato de los hechos.
"El sol y la emoción del amor casi terminaron hoy con la vida de la joven nadadora vikinga Astrid Gaarder que se precipitó a la piscina desde el décimo piso del hotel WinterGarten. Todo comenzó cuando la joven, liberada temporalmente de su nube negra, paseaba por la azotea del hotel en el que se encontraba pensando en lo humano y lo divino. Al mirar hacia abajo a observar una nueva perspectiva del complejo turístico en el que se encontraba, vio a un apuesto socorrista que miraba hacia arriba con cierto interés. No se sabe muy bien por qué, ella pensó que la miraba a ella y comenzó a hacer monerías varias para comprobar si el galán continuaba mirando o si ni siquiera se había percatado de su presencia en la azotea. Pero ahí seguía, mirando, sin moverse. Entonces ella empézó a hacer gestos indicándole que si quería darse un baño con ella y como empezara a ver los mismos gestos repetidos en el joven socorrista, comenzó a subir la emoción por el estómago. Saltaba ella, saltaba él, agitaba la mano ella, lo hacía él, después de un par de minutos de absurdos gestos ella tomo una decisión: marcarse un triple salto mortal con doble pirueta al revés y sorteo de obstáculos incluido (en todos los balcones había ropa de playa colgada). Después de unos segundos que parecían días llegó a la piscina y lejos de encontrarse al apuesto socorrista en un colchón hinchable bien untadito de crema y con una piña colada en las manos, se abrió la cabeza en dos porque no había ni gota de agua y ahora se recupera (no sin dificultad) de su convalecencia".
¿Qué pasó? Pues que la muy idiota no se acordó de que justo ese día había un interesantísimo eclipse de sol que en aquel preciso instante tenía lugar sobre su cabeza y no se percató de que el pobre socorrista, fanático de dicho fenómeno astronómico, no se movió de su sitio a pesar del enjambre de avispas que se colocó sobre su cabeza y del que estuvo unos minutos intentando zafarse con tremendos aspavientos. Cuando llegaron los servicios de emergencias la joven sólo alcanzó a pronunciar unas palabras antes de perder el conocimiento: "¡Viva la emoción del amor!". Seguiremos informando de la evolución de su estado que, por el momento, nos atrevemos a aventurar que es realmente crítico.