Podría comenzar contando mi historia o desgranando mi currículo para justificar lo que quiero exponer pero la brevedad se impone: soy española y musulmana.
Para quienes ya se frotan las manos pidiendo mi expulsión, les diré que soy española de pura cepa, al menos hasta donde alcanza la memoria familiar. Soy una de esas rara avis que eligió hacerse musulmana para escándalo, por supuesto, de mi propia familia.
Soy licenciada en Periodismo, políglota y tengo un fortísimo carácter y mucha seguridad en mí misma. No oculto mi cuerpo por miedo a ningún varón propio o ajeno ni por ningún tipo de complejo. No estoy calva, ni obesa, ni tan siquiera soy fea como para querer disimular mi falta de belleza. Más bien al contrario, pero eso no importa. Antes de hacerme musulmana, antes de cubrir mi cabello, antes de “hacer cosas raras”, era aquella a la que en mi entorno señalaban por ser: buena estudiante, una hija responsable, una chica segura de sí misma que pasaba de modas y del qué dirán y que siempre luchaba por conseguir lo que quería. Hasta que me hice musulmana; entonces, me volví idiota y oprimida en un solo minuto.
No sé qué pasa con el Islam que despierta una ternura infinita, que invita a todo el mundo a querer proteger a las indefensas musulmanas. Pobrecitas, tan tapadas, en este mundo en el que la mujer moderna es libre para aumentarse el pecho para atraer a los hombres y en el que las presentadoras y las actrices dejan sus rostros inexpresivos en aras de la eterna juventud, mientras ellos engordan y pierden pelo al mismo ritmo que pasan los años. Pero somos nosotras las que no somos libres. Claro que hay mujeres que no lo son, claro que hay maridos o padres que cometen abusos y atrocidades en nombre del Islam pero eso no es el Islam. Hay gente en todo el mundo que no es libre y no nos importa lo más mínimo pero en lo tocante al Islam… se nos llena la boca de argumentos vacíos propios de quienes jamás han puesto un sello en su pasaporte. El 41% de los musulmanes españoles tiene la nacionalidad, lo que quiere decir que no tiene un país al que volver, porque esta España también es nuestra.
No necesito protección ni tampoco nadie necesita protegerse de las que son como yo. Al igual que la mayor parte de la gente, quiero vivir en paz, en democracia, en un país en el que se pueda confiar en las fuerzas de seguridad, en el que no haya problemas de sanidad ni tampoco una justicia corrupta, quiero llegar a fin de mes sin sudar la gota gorda, que mis hijos estudien y se labren un futuro, quiero poder irme de vacaciones y tener un coche grande y una casa con jardín. Pero también quiero alcanzar el paraíso y ganar la vida eterna y para ello, me visto, como y me comporto, en la medida de mis posibilidades, según dicta mi creencia cuya máxima principal es no imponer la religión a nadie y respetar a todos, creyentes y no creyentes.
Lo que se le debe exigir a un extranjero (musulmán o no) es que conozca la lengua, respete las leyes del país y sea leal a la patria en la que reside, a partir de ahí, lo de la integración es una tontería más que nos hemos inventado sólo para los musulmanes. Si integrarse es comer cerdo ¿qué hacemos con los vegetarianos? Si es hablar español y sentirse español, ¿qué hacemos con los nacionalistas? Si es no llevar pañuelo, ¿qué hacemos con las abuelas del norte? Porque ellas, las que viven en las montañas, han llevado pañuelo toda la vida.
Mi religión no me recorta derechos ni me hace peligrosa, ni tampoco me hace perder inteligencia. Lo que realmente me afecta es que mis políticos, tan trajeaditos ellos, me roben; que mis referentes artísticos o deportivos defrauden a Hacienda; que con mis impuestos se paguen sobrecostes a productoras, se financien películas que no ve nadie y mis hijos no tengan unos dibujos verdaderamente educativos que ver. Lo que me afecta es que si mi marido me pega, es probable que me mate sin que la justicia haya hecho nada por evitarlo. Me afecta que no exista la conciliación laboral, que no haya ayudas sociales, que tenga que elegir entre criar a mis hijos o tener un trabajo. Me afecta que tener un título universitario ya no sea garantía de nada, que un enchufe valga más que los méritos propios y que llevemos más de seis meses sin gobierno. Sin embargo, todo se reduce a si me tapo el pelo porque el moro me obliga o a si uso demasiada licra para bañarme.
*Tribuna abierta publicada el 2 de septiembre de 2016 en El Diario Montañés (ed. impresa)
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