Pocos días una lee el periódico y esboza una sonrisa de aprobación con tanto entusiasmo. Lo nuevo de Amaral es toda una revolución. En un país en el que abundan los sociatas con gafas de Armani, que tienen a sus retoños en hospitales privados y tratan de defraudar a Hacienda un día sí y otro también, ya era hora de que alguien alzara la voz de verdad. Estoy harta de las charlas buenistas de Willy Toledo o de las participaciones en manifestaciones de los Bardem mientras siguen con su fantástico y elitista tren de vida (a ver, que cada uno puede hacer con su vida lo que le parezca pero... ¡un poco de coherencia!).
El vídeo, toda una paliza mediática a nuestros políticos, no va a dejar indiferente a nadie. No sé siquiera si no intentarán retirarlo del mercado porque consideren que incita a la violencia y a la desobediencia civil pero mientras circule libremente por la red, no quiero dejar de compartirlo.
Comienza Amaral con gran dureza, con una bofetada en todo el rostro: "No sé cómo duermes por las noches estúpido farsante, si mientes más que hablas...." para luego sentenciar: "puedes intentar que te perdone Dios, no lo haré yo".
A lo largo del vídeo, como podéis ver, se suceden las caras de nuestros políticos: los de ayer y los de hoy, de izquierdas y de derechas, no se salva nadie. Me pregunto si sus protagonistas habrán podido terminar el café de esta mañana o se les ha atragantado. Yo también me pregunto cómo pueden dormir por las noches después de mentirnos en la cara, robarnos, dejarnos en la calle y seguir robándonos. Si tan sólo uno de los aludidos, uno sólo, se replanteara su papel... tal vez comenzásemos a caminar por la senda adecuada. Pero no sucederá. Habrá críticas, incluso habrá quienes digan que es un ejercicio de libertad de expresión muy sano, una catarsis para la población, como el fútbol o el tabaco, y seguirán a lo suyo. Creo improbable que retiren el vídeo porque, entonces, se podría liar otra bronca en las calles, pero bueno, tampoco pasaría gran cosa. Ojalá este vídeo nos concienciara también a nosotros, a los ciudadanos, y sirviera para que cada uno, en su pequeña parcela, se dejara la piel por hacer las cosas bien. Pero tampoco sucederá porque el egoísmo nos ciega. Sólo hay una cosa cierta: al final, será Dios quien nos juzgue por nuestros pecados y nuestras virtudes, sólo Él. Y de ese juicio, no habrá noble ni plebeyo que se pueda librar.
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