Bajo el acertado y sugerente título de "1994: El milagro sangriento", la televisión sudafricana ha presentado estos días un magnífico documental que recorre los cuatro años que pasaron desde la liberación de Nelson Mandela hasta la celebración de las primeras elecciones libres de las que justo hoy se cumplen 20 años. A lo largo de las casi dos horas que dura el documental, en el que tienen cabida todas las facciones políticas de la época, uno no deja de sorprenderse de la grandeza del pueblo sudafricano pero, sobre todo, del crucial papel que jugó Mandela.
Para la mayoría de nosotros en Europa, Mandela era ese entrañable anciano con camisas de estampado inusual y caminar pausado, con una eterna sonrisa empañada por una mirada triste, amigo de Bono y querido por todos que estuvo 27 años en la cárcel por luchar contra un régimen discriminatorio hacia los negros y que, un día, no sólo fue liberado sino que llegó a ser presidente de su país.
Pero Mandela fue mucho más. Mandela fue un hombre que antepuso su lucha a su vida y a su familia. Un hombre que supo renunciar a la tentación de ser liberado si aceptaba ser presidente de un bantustán y, por lo tanto, si renunciaba a la lucha de todos para conseguir poder personal. Un hombre que llegó, incluso, a divorciarse de su mujer (la misma que le esperó 27 años a que saliera de la cárcel) cuando se dio cuenta de que la Sudáfrica que él quería construir mediante la paz no casaba con la que ella quería construir a base de violencia.
El documental recorre esos cuatro convulsos años en los que el país estuvo al borde de la quiebra absoluta, de la guerra civil que quizá aún hoy no hubiera terminado y de cómo hubo que gente que murió para evitar que la reconciliación nacional fuera una mera utopía.
Volvamos atrás veinte años. Una Sudáfrica gobernada por un puñado de blancos opresores se enfrenta a la liberación del líder negro por excelencia Nelson Mandela. Las calles están en plena ebullición, todos tienen sus esperanzas depositadas en este abogado comprometido con la causa negra desde su juventud. La primera vez que se pone ante un micrófono dice que quiere construir una Sudáfrica en la que blancos y negros tengan cabida. Primer golpe a la moral de muchos sudafricanos negros que tienen la esperanza de recuperar su tierra y sus derechos erradicando la presencia blanca. Comienzan los disturbios en las calles. Durante casi cuatro años, miles de personas mueren en las calles, los barrios marginales se convierten en escenarios de matanzas indiscriminadas. Negros matando negros. Aquello por lo que lucha Mandela peligra porque el pueblo se pone en contra de sí mismo. Aquellos que abogan por la eliminación de los blancos matan a los que abogan por los postulados del Congreso Nacional Africano (CNA), el ejército facilita armas secretamente a las facciones más violentas, las matanzas se suceden en las calles. Mientras los negros se matan entre sí, los blancos respiran tranquilos porque ellos han dejado de ser el objetivo.
Nazis que cultivan la tierra, militares capaces de invadir el espacio aéreo angoleño para perseguir a los guerrilleros namibios, negros afines a los postulados violentos de Winnie Mandela.... todos son protagonistas de esta terrible historia en la que hermanos mataban a hermanos sucumbiendo a la manipulación del hombre blanco.
Y un día, por fin, llega la primavera de 1994. Estuvo a punto de no suceder. El camino fue largo, la vida de Mandela corrió peligro y si hubiera muerto tal vez la historia se hubiera escrito con mucha más sangre inocente pero lo cierto es que vivió y sobrevivió para ganar las elecciones y ver que su sacrificio personal fue bueno para su tierra.
El documental no tiene desperdicio. Es duro, muy duro. Habla de matanzas tan crueles como la de un hombre al que cuelgan de un árbol, le hacen beber gasolina y le prenden fuego vivo. Niños, mujeres, ancianos, familias enteras fueron asesinadas por otros negros que no podían asumir lo que ellos consideraban una traición por parte de Mandela: perdonar a los blancos, mirar hacia delante y ser mejores que ellos siendo capaces de compartir el mismo espacio. El esfuerzo era grande, entiendo que muchos no pudieran asumir un sacrificio como éste pero, como después también se vio en Argelia, éste era el mejor camino para acabar con la violencia. Pero no era un camino fácil.
Aún hoy, hay muchos blancos que piensan como el "amigo" Terreblanche, que estará padeciendo en la tumba mucho más dolor del que causó él en vida, pero afortunadamente los negros han demostrado ser mejores. Lo que no sólo es bueno para los blancos, que no temen ahora por su vida, sino para ellos mismos, que crecen psicológicamente sanos tras dejar atrás un pasado tan duro.
En otro post hablaré del país de contrastes que es hoy en día. Un país con mucha pobreza e inseguridad pero con una tolerancia racial, étnica y religiosa de la que muchos deberían aprender.
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