Un mar de sangre. Eso es lo que les ha costado a los libios conquistar su libertad, atisbar un horizonte en el que no aparezca el rostro del excéntrico y sanguinario Gadafi. Mientras, nosotros hemos asistido impasibles al desigual combate que se ha vivido en todo el mundo árabe. En Túnez y Egipto, por fortuna las cosas fueron rápidas y no se incurrió en guerra civil pero en Libia, Yemen y Siria.... ahí las cosas han sido bien distintas. Por algún motivo, parece que la sangre y el sufrimiento de unos pueblos no nos conmueve como la de otros ya que hemos entrado con toda nuestra artillería en Libia mientras que hemos abandonado a su suerte a sirios y yemeníes. Una historia que podría haber terminado en una tarde ha supuesto casi seis meses de ataques "aliados" (¡qué suave suena la guerra así adornada!), tal vez sea el tiempo que han tardado en acordar con los rebeldes el precio que deberían pagar por su libertad, esas suculentas concesiones petroleras que ha recibido Francia, por ejemplo. Sea como fuere, han pagado un precio muy alto por obtener el permiso de ser lo que quieren ser: un estado islámico "moderado". La etiqueta, para cualquier árabe, sobra. Pero no es a ellos a quien se dirige, sino a nosotros, para que no temamos que los libios, herederos del colonialismo italiano, de repente se vayan a volver unos salvajes por aplicar la Sha'ria. Y es que el término ha sido tantas veces utilizado por los fanáticos opresores que han gobernado en estos países que pensamos que eso es lo que promueve el Islam, que ése es el mundo que Dios quería para nosotros: las mujeres en casa, los hombres en el poder y los "infieles" bajo tierra. Turquía ha demostrado que es posible ser islamista y demócrata. La senda la continúa Libia. ¿Quién será el siguiente?
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