Escribe hoy Timothy Garton Ash en El País: "Una correosa víctima de esta revolución, de cuya muerte deberíamos alegrarnos, es la falacia del determinismo cultural, y en concreto la noción de que los árabes y los musulmanes no están preparados para las libertades, la dignidad y los derechos humanos. Su "cultura", nos aseguraban Samuel Huntington y otros, les programaba para otra cosa. Que se lo digan a la gente que baila en la plaza de Tahrir. Eso no quiere decir que los modelos religioso-políticos del islam, tanto radical como conservador, y los legados específicos de la historia árabe moderna, no vayan a hacer que la transición a una democracia liberal consolidada sea más difícil de lo que fue, por ejemplo, en la República Checa. Claro que sí. Todavía es posible que, al final, las cosas salgan terriblemente mal. Pero la idea tan condescendiente de que "eso nunca podría ocurrir allí" ha quedado refutada en las calles de Túnez y El Cairo".Es tan reconfortante comprobar que no todo son prejuicios y enemigos que no puedo por menos que desear que todas estas revoluciones heroicas y pacíficas, tan alejadas de la estigmatización violenta de los musulmanes, sean capaces de consolidar unas democracias que respeten los valores universales y la dignidad humana con la misma firmeza con que han dejado boquiabiertos a todos aquellos que les tachaban de fanáticos, violentos, ignorantes e inmerecedores de unas libertades que jamás sabrían demandar o gestionar.
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