No cambiamos. No pensamos. No actuamos. Nos dejamos llevar como corderitos por el pensamiento colectivo. ¿Para qué gastar energía? Con lo bien que estamos preocupádonos de la vida de los famosos o, simplemente, de la de la vecina del quinto. Con lo bien que estamos alienados con los programas de la tele, con los videojuegos, con las revistas de cotilleo. ¿Un libro? ¿Qué es eso? No, si yo sólo veo los documentales de La 2. Mentira. Somos cotillas, dementes con encefalograma plano. ¿Que me dicen que hay que expulsar a los inmigrantes?, pues creo un foro en Facebook apostando por la resurrección del Ku Klux Klan. ¿Que alguien dice que ha oído que Irán tiene armamento nuclear para destruir todo el planeta?, pues apoyo a Israel que es el único que se atreve con esos fanáticos. ¿Que el orden mundial no me gusta?, pues lo hago más divertido haciendo que dos se peguen ante mis narices mientras yo les proveo de armamento. A una escala mucho más pequeña, lo de Nawja es algo así. Se trata de demonizar a los musulmanes, esos hombres y mujeres que osan rezar a un dios que llaman Alá y que no sabe nada de ninguna Virgen María. Estoy harta del pañuelo. Claro que nos resulta llamativo, no es parte de nuestra cultura y lo vemos como algo raro pero ¿por qué nos centramos en prohibirlo en lugar de plantearnos otras cosas? ¡Ah, claro! Es que como ellos, en sus países, nos harían lo mismo... Esto me suena a eso de: como Franco no nos dejaba hablar en nuestro idioma... Toda la vida las gitanas de mi pueblo llevaron melenas interminables y faldas largas y amplias. No iban al instituto y mucho menos a la universidad, casi ningún chico lo hacía tampoco. No eran como los demás, no se integraban, pero nadie hacía campañas de desprestigio contra ellos y eso que no eran católicos sino evangelistas. A nadie se le ha ocurrido prohibir la existencia de los Testigos de Jehová, que tienen sus propios templos de culto y se niegan a recibir transfusiones de sangre y, lo que es peor, a que sus hijos las reciban. Creo que en ningún instituto requisan esos horribles rosarios de plástico que los adolescentes más chusquerillos portan habitualmente. Tener mala educación, lamentablemente, no está multado. Y, sin embargo, hacer visible que eres creyente de una religión, bueno, que no eres creyente de "nuestra religión", es una amenaza global insoportable. No importa si esas niñas están integradas en el colegio, si tienen un buen expediente académico, no importa si son discretas y disciplinadas, ni tampoco importa que su estabilidad familiar sea la adecuada. Eso son minucias. Lo realmente grave es que no llevan la cabeza al descubierto. Aquí hay sitio para todos. Nadie está imponiendo nada. No podemos regular todo hasta el delirio, basta ya de tanto paternalismo. ¿Por qué no se dedican a mejorar las prestaciones sociales? ¿Por qué no ponen más mediadores en los colegios? ¿Por qué las medidas de protección a las mujeres maltratadas no funcionan? ¿Por qué tratar de adoptar un niño es más difícil que matar a alguien? Parece que nadie se pregunta esto porque, total, son cosas invisibles. Nadie va con su patética pensión tatuada en la frente, ni las asociaciones de padres entienden la presencia de los psicólogos en los colegios, ni conocemos a ninguna mujer maltratada hasta que no aparece muerta, ni las personas que tratan infructuosamente de adoptar salen a la calle a quemar contenedores y pegar gritos para que les dejen ser padres. Entonces, no me creo lo que no veo. No hay amenaza hasta que algo no encaja. Si algo no me gusta lo prohíbo, no importa nada más. Son el enemigo, no son personas. Y ya se sabe, al enemigo, ni agua.
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