Adoro los San Fermines. No me gustan los toros y tampoco tengo una opinión definida respecto a la polémica antitaurina pero me parece que los San Fermines están fuera de toda discusión. Desde hace años cada mañana de julio madrugo para ver en directo esos emocionantes dos minutos que mantienen mi corazón en un puño a la espera de la llegada al coso. Estos días lo veo en diferido y no es lo mismo. Este curro ni siquiera me permite disfrutar de esta mágica semana. En unos minutos me toca volver a mi tediosa tarea. Cierro los ojos e intento concentrarme. Las barreras están llenas de gente desde la madrugada, no veo absolutamente nada. La expectación y el silencio son máximos. Se abren los portones, los mozos comienzan la carrera. El sonido de los cascos de los toros sobre el adoquinado pamplonés dibuja las imágenes que fluyen por mi cabeza. Eso es lo único que se oye. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Aunque no vea nada, el madrugón merece la pena. La sensación que produce el oír el trote de esos animales de más de 500 kilos por la calle Estafeta es indescriptible. Se acercan. Miro alrededor asustada. No hay escapatoria. Siento que la manada va a engullirme. Mi tiempo se agota. Abro los ojos. Son las 15.25 horas. Me dejo arrastrar de nuevo por mi aburrida realidad. ¡Gora San Fermín!
3 comentarios:
David,
Me encantan los toros, ya te llevaré algún día y tendremos una cosa más en común que negar.
Pd: Al toro por las astas, y al hombre por la palabra
Tentadora oferta pero SÓLO me gustan los encierros sanfermineros. Nada de toreo tradicional por mucha verónica que haya.
David
Solo los que conocen la tentación, saben el placer de dejarse caer.
Pd trabajando en un futuro mejor
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