Veo las imágenes en televisión y cambio de canal. Me niego a ser uno más de los espectadores que, atraídos por esa mezcla de horror y morbo, permanecen anclados a la pantalla sin poder apartar los ojos de ese vídeo que muestra los últimos instantes de vida de Carlos Palomino. Es inútil, todos y cada uno de los medios de comunicación del país se hacen eco de tan macabro suceso y a nadie parece importarle. Una vez más nos encontramos ante la intromisión en la intimidad de una persona y los medios, lejos de mantener la distancia, no se resisten a la tentación de sacarle rédito aunque sea a costa de la vida de una persona, de un menor. Morirse es la cosa más íntima que le puede suceder a alguien aunque esto le suceda en el vagón de metro ante los ojos de decenas de testigos involuntarios. Ver la secuencia completa de los hechos no nos saca de nada, más allá de proporcionarnos material audiovisual sobre un desgraciado hecho que ya conocíamos. El vídeo resultará sin duda determinante en el juicio para determinar la pena que debe recaer sobre el homicida. Incluso puede resultar de interés para su familia, para que, tal vez, puedan dormir algo más tranquilos habiendo sido testigos tardíos de los hechos. Pero, desde luego, no es útil para el espectador, ni para los medios, ni para nadie por mucho que su madre diga hoy que quiere que la gente vea lo que le sucedió a su hijo. No estoy de acuerdo. Se trata de una intromisión en la vida privada que no por frecuente debe ser tolerada. No todo vale para captar audiencia. No todo puede ser utilizado para ilustrar una noticia.
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