Si hay un personaje en la historia que nos hay enseñado la
importancia de dominar la comunicación, la propaganda, ese es Joseph Goebbels.
El ministro de la Propaganda nazi ha dejado para la posteridad el secreto del
éxito de la manipulación global y su trabajo sigue siendo hoy inspiración para
quienes manejan los hilos del poder en la sombra. En los años 30-40 ese
conocimiento se utilizó para suavizar los desmanes del régimen de Hitler con
todos aquellos que se escapaban al prototipo de ‘ario’ a pesar de que él mismo
era de origen judío y en absoluto encajaba con ese perfil de teutón alto,
blanco y rubio que tanto vemos en las películas.
Los puntos
sobre los que se basaba su quehacer con la propaganda eran los siguientes:
1. Principio
de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único
Símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio
del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una
sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma
individualizada.
3. Principio
de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o
defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas
noticias, inventa otras que las distraigan”.
4. Principio
de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por
pequeña que sea, en amenaza grave.
5. Principio
de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su
nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más
grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a
realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión
escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
6. Principio
de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número
pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde
diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin
fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se
repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
7. Principio
de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un
ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en
otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el
nivel creciente de acusaciones.
8. Principio
de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes
diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones
fragmentarias.
9. Principio
de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se
tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también
contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10. Principio
de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a
partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo
de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan
arraigar en actitudes primitivas.
11. Principio
de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa
“como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.
Unos puntos que, por desgracia, pueden aplicarse en
numerosas situaciones contemporáneas y que, en el caso que nos ocupa, también
afectan al islam y a los musulmanes.
Es tan frecuente oír hablar de los musulmanes como personas
ignorantes, culturalmente atrasadas seis siglos y fanáticas, que la mayoría de
la población ni tiene tiempo ni tampoco interés en averiguar si dicha imagen es
real o interesada.
La primera de las absurdas afirmaciones que se hacen del
islam es que es una religión que lleva seis siglos de retraso con respecto al
cristianismo y que, por eso, sus fieles viven poco menos que en la Edad de
Piedra. Siempre me he preguntado cómo es posible que la gente crea una cosa tan
sencilla de contrastar históricamente. Si el cristianismo data de hace 2017
años y el islam llegó casi 600 años después, ¿cómo es posible que se considere
al segundo más antiguo y subdesarrollado si es obvio que estamos ante un
periodo más moderno?
Tomando esta idea como base, nada de lo que venga después
causará el más mínimo interés en la gente que no sea musulmana pues nadie
creerá en las informaciones que choquen de frente con la ciencia hasta que esta
no las descubra por sí misma o hasta que no se le de publicidad a alguien que
promueva ese mismo conocimiento y que no sea musulmán.
Hace algún tiempo salió en la prensa una noticia en la que
se hablaba de los efectos beneficiosos de la miel como edulcorante frente al
azúcar, causante de muchas enfermedades cardiovasculares. En él, se destacaba
que en el siglo XVIII ya hubo un monje en el monasterio de Silos que promovía
los valores del néctar de las abejas y que no había sido hasta casi 250 años
después que la ciencia había corroborado lo que él ya sabía. No pude por menos
que sorprenderme al leer la noticia pensando ¿y el Corán? Hace más de quince
siglos que Dios nos habló de los beneficios de la miel pero a nadie parece
importarle. A nadie fuera de los musulmanes que vienen utilizando la miel como
ungüento ante las quemaduras, las heridas de todo tipo y las infecciones.
Dice Dios en el Corán:
"Tu Señor les inspiró a las abejas: ‘Habiten en las
moradas que hayan construido en las montañas, en los árboles y en las que la
gente les construya. Aliméntense de los frutos y transiten por donde les ha
facilitado su Señor’. De su abdomen sale un jarabe de diferentes colores que es
medicina para la gente. En esto hay un signo para quienes reflexionan" (16:68-69).
Ya nos advirtió Dios entonces que para toda enfermedad hay en
la naturaleza una cura aunque, por supuesto, el hombre desconozca cuál es.
Teniendo como inspiración este hecho, no son pocos los médicos que apuestan,
entre otros productos, por los efectos beneficiosos del limón ante enfermedades
cuya cura hoy se nos escapa como es el caso del cáncer. No tengo conocimientos
médicos por lo que afirmar que el limón es la clave para curar el cáncer sería
una temeridad por mi parte. Pero lo que está claro es que a las empresas
farmacéuticas, cuyo éxito empresarial radica en el hecho de que la población
enferme y lo haga de las dolencias más complicadas y desconocidas posibles, no
serían un poder económico, e incluso político, tan importante de favorecerse la
investigación de los efectos beneficiosos de productos que encontramos en la
naturaleza al alcance de la mano y que, por lo tanto, serían aptos para los
bolsillos más pobres.
Dice la noticia que el monje en cuestión era un apasionado
de la botánica, que hizo sus recomendaciones a los hospitales y médicos de la
época y que incluso escribió un tratado sobre los beneficios de la miel. Me
pregunto si consultó también para ello el Corán y los libros de conocimiento
musulmanes. Y es que, a pesar de lo que diga la Iglesia católica y de la
opinión generalizada de la población, los musulmanes, ya desde Al Ándalus,
fueron, junto con los judíos, unos grandes científicos y médicos que
escribieron numerosos tratados cuyo conocimiento fue difundido gracias al buen
hacer de la Escuela de Traductores de Toledo.
Muchos de estos libros no vieron
la luz para el gran público pero sí que pasaron a formar parte de las
bibliotecas más selectas de la época, a saber, las de los monasterios
cristianos que eran el estamento social más ilustrado y los garantes de la
difusión del conocimiento, aunque este fuera sesgado. Incluso durante
la Inquisición, en la que la quema de libros considerados herejes hizo que
desaparecieran auténticas joyas literarias, muchos de estos monasterios
guardaron en secreto esos libros heréticos cuyo conocimiento no debía llegar a
la población pero cuyo valor era tan inequívoco que ni siquiera los monjes se
atrevieron a permitir que desapareciera.