miércoles, 14 de septiembre de 2016

La perversión de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Pobre Libertad. Todos quieren apropiarse de ella, ser sus custodios, defendiendo posturas antagónicas y cometiendo abusos en su nombre sin siquiera revisar el origen de su nombre.
Nos pasamos la vida clamando por la libertad, siendo injustos con otros en su nombre y haciendo caso omiso o, tal vez, desconociendo por completo el contenido de aquello que consideramos que nos permite actuar del modo en que lo hacemos. Exigimos a los demás el respeto a la libertad pero somos incapaces de reconocer que cada uno tiene su propia percepción de la misma y que su ejercicio puede no sólo ser distinto sino totalmente opuesto al de la mayoría. Estamos tan acostumbrados a la uniformidad de la masa, que con poner una nota de color ya nos pensamos diferentes de tal modo que cuando realmente aparece alguien que es completamente distinto, que no encaja en el perfil, lo tememos y queremos, a toda costa, uniformizarlo para que la armonía vuelva a su ser.
El artículo que publicó ayer Deia sobre la libertad y la tolerancia es una bofetada para todos aquellos que se visten con el traje de una libertad con camino de ida pero no de vuelta.

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