Aún recuerdo mi primer encuentro con una conversa. Era una mujer joven, delgada, locuaz y muy simpática que hablaba con un entusiasmo sorprendente del Islam. Recuerdo que aunque me pareció el tipo de persona con el que podría hacer buena amistad, muchas de las cosas que me explicaba me parecían como de otra galaxia. Como si, a pesar de hablar en el mismo idioma, no fuera capaz de comprender el significado de las palabras que utilizaba. Decía que el Islam era la ley que imperaba en su vida, de la que intentaba no salirse por difícil que resultara y que su mayor pena era ver que después de más de quince años, sus padres siguieran sin haberse convencido de que ésa era la única forma de ganar la vida eterna. Me hubiera reído ante estas afirmaciones de no ser porque su mirada, su discurso, transmitían la tristeza de quien dice algo plenamente consciente de la gravedad de lo que encierra. Recuerdo que pensé, "¿será cierto lo que dice? Aún en el caso de que me hiciera musulmana alguna vez, no creo que llegue nunca a sentir algo así". Supongo que me parecía una actitud demasiado "salvadora" para con los que me rodeaban, como si una cosa fuera una opción personal y otra bien distinta, querer exportarla a todos mis conocidos.
Pero ¡ay! una nunca deja de sorprenderse a sí misma y tres años después empiezo a ver en mi algunas de las actitudes de aquella fantástica mujer. En el Islam está bien claro: "No hay obligación en la religión", dice Dios en el Corán. No importa si se trata de un padre, un hijo, un marido.... nadie puede obligar a otro a convertirse al Islam por mucho que estés convencida de que es el único camino que nos hará evitar el infierno, si Dios quiere.
La vida nos distrae continuamente de la verdadera esencia de nuestra misión en esta vida. Del hecho de que, tarde o temprano, sea a los veinte, a los cuarenta o a los noventa años, moriremos, y tiempo después, cuando Dios así lo tenga decretado, asistiremos todos a un juicio en el que cada una de nuestras acciones será examinada y calificada y si el saldo es positivo, podremos disfrutar del bienestar eterno pero si no...... el infierno más terrible que podamos imaginar será nada comparado con el padecimiento al que serán sometidos los habitantes del fuego eterno. Y la vida, con sus cosas cotidianas, y aquellos que se empeñan en sacarnos del buen camino para tener compañía en el infierno, nos aleja del Paraíso incansablemente. Somos nosotros los que debemos hacer un esfuerzo, en ocasiones sobrehumano, para recuperar la buena senda. Y es que, aunque no estamos en los primeros años del Islam y, gracias a Dios, nuestra vida no peligra por el hecho de proclamar que somos musulmanes, son muchos los retos a los que debemos enfrentarnos. Siendo para mí, el más duro, el de enfrentarse a los que te quieren, a los que te conocen. Porque reinventarse a sí mismo en un entorno extraño, nuevo, es sencillo. Nadie te conoce. Nadie espera nada de ti. Sólo lo que tú les muestres. Esa será la versión de ti misma que conozcan así que tienes una excelente oportunidad para ser esa persona que quieres ser. Pero.... ¿qué hacer con el pasado? ¿con aquellos que ya te conocen? ¿cómo explicarle a los que te quieren que vas a dejar de hacer determinadas cosas? ¿cómo cubrirte el pelo ante tus primos sin que se sientan ofendidos o te crean una marciana? ¿cómo enfrentar la mirada de sufrimiento de un padre o un abuelo cuando te ve tan tapada por la calle? ¿cómo explicarle a un conocido que no vas a darle dos besos cuando te lo encuentres? ¿cómo decirle a un amigo que no es correcto hablar con él por teléfono o quedar para tomar un café? Ésta es la verdadera yihad de hoy en día. Cambiar, elegir el camino correcto sin que el dolor del cambio sea tan profundo como para que prefieras quedarte como estás, cerrando los ojos a un futuro que, por desconocido, resulta fácil ignorar. Cuando me enfrento a estas situaciones, me acuerdo de aquella primera conversa y pienso, yo también quiero que ellos sean musulmanes. Quiero que todos se salven, que todos entiendan el por qué del cambio y no sólo lo acepten de buen grado y sin rencores sino que, además, se convenzan y lo asuman como propio. Es curioso ver cómo ni siquiera podemos controlar quienes somos nosotros mismos, cómo aquello que dábamos por sentado, de repente ya no es y tú te encuentras cómodo en la nueva situación a la que te enfrentas. Ahora, cada vez que alguien se muestra abierto a hablar del Islam, aunque sea desde una perspectiva cristiana, cada vez que veo que los demás muestran interés por mi nueva vida y me preguntan siquiera para luego concluir que el cristianismo es mejor porque es menos exigente, deseo con todo mi corazón que el islam ilumine su camino. Puede parecer una locura pero..... el año pasado conocí a una mujer española que, a sus casi 70 años, había abrazado el islam. Pero lo más increíble era que su hija, hacía dieciséis años que era musulmana, y desde que ella y su marido se convirtieron, le habían seguido tres hermanos y su madre. Así que ahora, en la familia sólo faltaban por convertirse dos hermanos y el padre. Subhana Allah, ¿puede alguien imaginar esto? Una familia en la que poco a poco cada uno de sus miembros se va haciendo musulmán. ¿Puede alguien imaginarse a su abuela diciendo que es musulmana y tapándose el cabello? Nadie sabe nunca lo que le va a suceder mañana, por eso yo no dejo de desear que aquellos a los que hoy me cuesta enfrentarme, a los que he ido dejando atrás, puedan ser un día miembros de esta umma y traten, día a día, de conseguir alcanzar el paraíso del modo en que yo lo hago.