El año pasado leí "Rebelión en la Granja", todo un clásico de George Orwell que, hasta la fecha, no había tenido ocasión de leer. Me impactó la ilustración de la edición, a cargo de Ralph Steadman, con trazos fuertes, cargados de tinta, que transmiten la brutalidad de la historia. Recuerdo la lectura con motivo de un reportaje que vi hace unos días en televisión y es que la metáfora me viene que ni pintada. Se hablaba de un grupo que utiliza el nombre patrio de manera obscena, ensuciándolo, promoviendo el rechazo entre quienes antes se sentían orgullosos de escucharlo. Dicho colectivo, comandado por los animales que se creen los más listos de la granja, se aprovecha de la debilidad, de la necesidad, para comandar un nuevo orden social en el que el gallo, los pavos, los conejos, los cerdos y el gato organizan el trabajo de quienes más aportan al desarrollo de la granja: los caballos de tiro, el asno, las ovejas, las vacas, las gallinas ponedoras y el perro pastor. Está claro que cada uno aporta su grano de arena al devenir de la granja pero.... mientras que los primeros sirven para el engorde y el consumo o para cazar ratones o despertarse por las mañanas, los segundos aran la tierra, transportan las cargas, dan leche, lana, huevos y vigilan que el rebaño se mantenga siempre unido y, claro, no me negarán que su ausencia es más perjudicial para el desarrollo de la granja.... Bueno el caso es que un minúsculo grupo dentro de los primeros, que maldice su suerte por no haber nacido asno o caballo, consciente de su irrelevante papel dentro del reino animal, decide que, si no puede cambiar su naturaleza, lo que tiene que hacer es cambiar el orden social, hacer una sociedad a medida para sentirse menos fracasado. Para ello, manipula a los pollos y los conejos, preocupados hasta ahora sólo por comer y ver la vida pasar, y les hace ver que son las ovejas, venidas de Irlanda, o las vacas holandesas quienes hacen que no haya grano suficiente para los pollos castellanos y los conejos que trajimos de Flandes y que están perfectamente integrados y adaptados a nuestro clima. Al principio, la cosa no es más que un juego de niños, inofensivo aunque peligroso pero.... si se continúa por estos derroteros, puede que esta absurda rebelión se extienda a las granjas vecinas y vaya emponzoñando la apacible vida campestre. Lo absurdo del tema es que los cerdos ibéricos, empeñados en demostrar su pedigrí pata negra, han traído leones africanos y algún que otro vampiro de Transilvania para llevar a cabo su particular limpieza étnica. Además, se permiten el lujo de marginar a otros de su misma especie a los que tildan de "guarros" y les tratan con la misma brutalidad con la que, poco a poco, han ido desterrando a los que no se han plegado a sus excéntricas y despiadadas maquinaciones. Como el tuerto es el rey en el pais de los ciegos, el cerdo, que disfruta revolcándose en el estiércol y a veces sale a escondidas de la granja para rebuscar en la basura, estudia por las noches para aprender nuevas tácticas de manipulación mientras que por las mañanas se dedica a quemar todos los libros que encuentra mientras les grita a sus seguidores que el conocimiento está sobrevalorado.
"¡Fuera la vaca holandesa, la cabra pirenaica también da buena leche!".
"¡Fuera las ovejas irlandesas, llevan siglos aquí y siguen sin hablar bien nuestro idioma!".
"¡Fuera el burro, incluso el de Mijas, tiene sangre africana!".
"¡Fuera el caballo, descendiente del moro!".
Y así, tópico a tópico, y haciendo uso del miedo a morir de inanición, los animales comienzan a dejar de cuestionarse si las órdenes son absurdas o no y delegan la responsabilidad de la granja en el cerdo, que dedica todo su tiempo a comer y dar órdenes sin descanso para evitar que el resto de animales se percaten del hecho de que las normas se modifican a conveniencia, no hay lealtades ni siquiera entre los miembros de una misma especie y, además, ya no son una granja sino una estabulación marchita y enajenada en la que un puñado de animales juegan a ser los reyes de la selva.
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