Acabo de terminar de leer "Bilal sur la route des clandestins", un relato real sobrecogedor de un periodista italiano que se adentra en África para recorrer en primera persona la ruta que lleva a los clandestinos que llegan a Libia para embarcar hacia Lampedusa. El texto se hace a menudo pesado, páginas y páginas en las que tan sólo hay descripción de sensaciones, olores, impresiones, sin que suceda nada. Sin embargo, es imprescindible para que el lector se aproxime ligeramente a lo que padecen quienes se embarcan en una aventura que, para muchos, termina con la muerte.
Justo esta semana, los servicios españoles de Salvamento Marítimo rescataron apenas a un cuarto del cargamento de una patera con vida. Otro cuarto fueron cadáveres y de la otra mitad no se sabe nada. Fueron alertados por un familiar que, alarmado tras no recibir noticias del desembarco, se temió lo peor. Una vez más, nuestros vecinos marroquíes echaron la vista a otro lado y se negaron a socorrer a unas personas al límite de sus fuerzas porque "no eran ciudadanos marroquíes ni viajaban bajo bandera marroquí". Así se las gasta el Moha, el emir de los creyentes. Subhana Allah.
Pero dejemos a un lado la falta de compasión de las autoridades marroquíes y centrémonos en el drama de lo que está pasando. Años y años de pateras cargadas con decenas de personas que, en muchos casos, nunca han visto el mar. Muchos mueren por el camino, se ahogan en la travesía o perecen en el desierto, abandonados a su suerte tras un ataque de piratas del desierto, condenadas a la prostitución en oasis en Níger....
No puedo entender como alguien puede negar la existencia de Dios viendo semejante drama. ¿Acaso nosotros nos merecemos esta vida de pachás que tenemos? ¿Nos lo hemos ganado de alguna forma? ¿Ellos merecen morir de ese modo por el mero hecho de nacer en el continente equivocado? No lo creo. Sólo Dios sabe por qué las cosas suceden de este modo pero es imposible pensar que tras esta vida no hay nada. Que ésta es la única lotería posible. No puede ser. Toda esta gente embarcándose casi en canoas para cruzar el Estrecho y nosotros pensando que lo hacen por vicio (y yo aún recuerdo cómo me mareaba en los ferries que iban a Ceuta). ¿Ya está? No es posible. Ellos se embarcan con la esperanza de un futuro mejor y la certeza de que cualquier cosa que les suceda viene determinado por Dios, y nosotros nos quedamos en el sofá, lamentando las noticias de una nueva llegada masiva, intentando cerrar las fronteras y seguros al cien por cien de que Dios no existe y de que el azar y el esfuerzo personal es lo que hacen de nosotros lo que somos. Hay días en los que la nube no me deja ver el sol. Hay días en los que la indignación me puede hasta límites que ni sospecho, provocando la escritura de posts caóticos en los que tan sólo busco canalizar mi rabia, mi desesperación, mi tristeza. Ayer fue el día del cordero. Un día de compartir, de festejar, de hermandad. Pero falta aún tanto para lograr una verdadera hermandad, una verdadera preocupación por el prójimo... No pierdo la esperanza, no del todo. Y sigo tratando de aportar mi granito de arena pero hay días que lo veo todo tan negro....