Descubrir que cada persona es un mundo, y algunos incluso dos, fue no sé si decir traumático pero sí entristecedor. No porque quisiera un pensamiento único y verdadero y que éste, a ser posible, fuera el mío sino porque esta incertidumbre nos convierte en seres vulnerables ante las inesperadas reacciones de quienes nos rodean.
Sin embargo, en lo concerniente al amor creo que todos buscamos exactamente lo mismo aunque nuestra forma de hacerlo sea muy dispar. Hay quienes, inconscientes del sufrimiento que esta búsqueda conlleva, se lanzan al abismo del (des)amor, sin paracaídas arriesgándose a padecer una fractura al caer al suelo. Otros, aún conscientes de los riesgos, deciden apostar por conseguir aquello que desean encomendándose a la diosa Fortuna para no ver su corazón roto en mil pedazos. Algunos, pocos, tienen tanto miedo a enfrentarse a algo que no controlan que optan por centrarse en los estudios, el trabajo, los amigos... cualquier cosa que distraiga la atención de eso que a todos nos llega tarde o temprano: el enamoramiento absoluto, la absurda necedad del amante total.
Y luego... luego está el Ángel Exterminador del Amor, para empezar, como todo buen ángel no tiene sexo por lo que puede ser un hombre o una mujer. Se caracteriza esta rara avis por manifestar públicamente su rechazo a cualquier tipo de sentimiento que conlleve la dependencia emocional de otra persona. Suelen repartir consejos gratuitos sobre los beneficios de tener siempre el poder, de mantener la distancia y disfrutar de una vida plenamente independiente en la que el hedonismo es el principal motor. Aunque no todos reaccionan de igual manera, sí comparten algo: su discapacidad emocional, su absoluta incapacidad para reconocer lo que sienten, como si no verbalizar, no exteriorizar emoción alguna, fuera a servirles de escudo ante un posible atentado contra su corazón enamorado. A pesar de sus reticencias, de sus malos modos, de sus esfuerzos por ahuyentar a Eros, tarde o temprano quedan atrapados en las redes de la eterna sonrisa absurda y entonces, lejos de dejarse llevar, de dejarse querer, de abandonarse al placer absoluto, centran sus esfuerzos en conseguir que sea el otro quién, harto de los desplantes, la falta de cariño o la insensibilidad ocasional, ponga el punto y final a esa situación que a uno aterra y a otro atrapa.
Pues bien, mis queridos ángeles, un consejo: dejad de intentarlo, vuestros esfuerzos son absolutamente vanos. No es tan fácil espantar al amor cuando éste llega y menos aún cuando el pobre ingenuo que quedó embrujado por vuestros rudos encantos atisba un ápice de enamoramiento tras ese muro protector.
En mi actual horizonte soleado soy capaz de vislumbrar el cambio y uno de mis ángeles ya comienza a darme la razón: atrapado por el amor no sólo trata de dejarse llevar por lo que siente sino que aleja sus recelos, mantiene a raya sus temores y se deja querer aún a riesgo de salir herido. El otro aún tiene un camino más largo por recorrer ya que ni siquiera es capaz de reconocer lo que siente, de aceptar que está atrapado, que siente algo que no planeaba, que tiene miedo a querer.
Y es que la vida es sólo de los valientes, de los que se arriesgan, de los que apuestan porque es más lo que hay que ganar que lo que puedes perder. Pero que ningún Ángel Exterminador ose pensar –en lo más profundo de su ser- que él es el único que sufre, el único que tiene miedo, el único con derecho a protegerse. Los entusiastas del amor también sufren, temen, son conscientes de las dificultades y hasta puede que padezcan muchas más noches de insomnio, aunque no siempre lo cuenten.
Sin embargo, en lo concerniente al amor creo que todos buscamos exactamente lo mismo aunque nuestra forma de hacerlo sea muy dispar. Hay quienes, inconscientes del sufrimiento que esta búsqueda conlleva, se lanzan al abismo del (des)amor, sin paracaídas arriesgándose a padecer una fractura al caer al suelo. Otros, aún conscientes de los riesgos, deciden apostar por conseguir aquello que desean encomendándose a la diosa Fortuna para no ver su corazón roto en mil pedazos. Algunos, pocos, tienen tanto miedo a enfrentarse a algo que no controlan que optan por centrarse en los estudios, el trabajo, los amigos... cualquier cosa que distraiga la atención de eso que a todos nos llega tarde o temprano: el enamoramiento absoluto, la absurda necedad del amante total.
Y luego... luego está el Ángel Exterminador del Amor, para empezar, como todo buen ángel no tiene sexo por lo que puede ser un hombre o una mujer. Se caracteriza esta rara avis por manifestar públicamente su rechazo a cualquier tipo de sentimiento que conlleve la dependencia emocional de otra persona. Suelen repartir consejos gratuitos sobre los beneficios de tener siempre el poder, de mantener la distancia y disfrutar de una vida plenamente independiente en la que el hedonismo es el principal motor. Aunque no todos reaccionan de igual manera, sí comparten algo: su discapacidad emocional, su absoluta incapacidad para reconocer lo que sienten, como si no verbalizar, no exteriorizar emoción alguna, fuera a servirles de escudo ante un posible atentado contra su corazón enamorado. A pesar de sus reticencias, de sus malos modos, de sus esfuerzos por ahuyentar a Eros, tarde o temprano quedan atrapados en las redes de la eterna sonrisa absurda y entonces, lejos de dejarse llevar, de dejarse querer, de abandonarse al placer absoluto, centran sus esfuerzos en conseguir que sea el otro quién, harto de los desplantes, la falta de cariño o la insensibilidad ocasional, ponga el punto y final a esa situación que a uno aterra y a otro atrapa.
Pues bien, mis queridos ángeles, un consejo: dejad de intentarlo, vuestros esfuerzos son absolutamente vanos. No es tan fácil espantar al amor cuando éste llega y menos aún cuando el pobre ingenuo que quedó embrujado por vuestros rudos encantos atisba un ápice de enamoramiento tras ese muro protector.
En mi actual horizonte soleado soy capaz de vislumbrar el cambio y uno de mis ángeles ya comienza a darme la razón: atrapado por el amor no sólo trata de dejarse llevar por lo que siente sino que aleja sus recelos, mantiene a raya sus temores y se deja querer aún a riesgo de salir herido. El otro aún tiene un camino más largo por recorrer ya que ni siquiera es capaz de reconocer lo que siente, de aceptar que está atrapado, que siente algo que no planeaba, que tiene miedo a querer.
Y es que la vida es sólo de los valientes, de los que se arriesgan, de los que apuestan porque es más lo que hay que ganar que lo que puedes perder. Pero que ningún Ángel Exterminador ose pensar –en lo más profundo de su ser- que él es el único que sufre, el único que tiene miedo, el único con derecho a protegerse. Los entusiastas del amor también sufren, temen, son conscientes de las dificultades y hasta puede que padezcan muchas más noches de insomnio, aunque no siempre lo cuenten.