jueves, 20 de octubre de 2016

Multiculturalidad involutiva

Mezquita Foz do Iguaçu, Paraná (Brasil).

Si atendemos sólo al mundo que aparece en nuestros medios de comunicación, tendremos una visión sesgada e incompleta del mismo. Si, además, nuestra falta de conocimiento de idiomas extranjeros nos impide contrastar ese conocimiento sesgado con el de otros países, entonces, estamos irremediablemente perdidos en manos de los dueños de la prensa y ya se sabe que si algo no aparece en la tele o en el periódico, es que directamente no existe.
El tema islámico es el aperitivo perfecto para cualquier fiesta que se precie. El éxito está asegurado. Sube la audiencia y la gente compra la polémica como tema de conversación imprescindible en su café en el bar o en la tertulia con los compañeros de trabajo a la hora de comer. Francia, ese país vecino al que generalmente odiamos más que amamos, se convierte de repente en nuestro referente más próximo a pesar de ser el que peor gestiona la multiculturalidad y eso que han tenido cuatro o cinco generaciones de inmigrantes para enmendar sus errores o, al menos, aprender de ellos.
El burkini, el hiyab, los musulmanes en general... se convierten en el principal enemigo a batir por la sociedad española porque así lo es para los franceses, que tienen demasiados intereses pro judíos como para dejar que los musulmanes vivan tranquilamente, no vaya a ser que hagan una revolución, o peor aún, que la gente conozca el Islam y pierda el miedo a convertirse y así, se les acabe el negocio.
Podríamos mirar un poco más allá, a Canadá, ejemplo de país tranquilo, de mente abierta y con un sistema democrático y una seguridad en las calles que ya quisieran otros para sí, y ver que hace ya tiempo que consintieron que la policía montada contara con una versión musulmana del uniforme oficial femenino o como la policía escocesa también contempla esta opción.

Mujeres de la Policía Nacional de Indonesia.
Con respecto a los sijs, la legislación en algunos lugares va mucho más allá, la policía provincial de Ontario tiene permitido el uso de este turbante entre los funcionarios que profesan esta religión tan desconocida en España, ¡nada menos que desde 1990!
En el Reino Unido, ¡están exentos de llevar casco en todos los lugares de trabajo aunque eso afecte a su seguridad! Y aquí, salimos con mentiras y absurdos como que las mujeres están oprimidas y hay que obligarlas a quitarse el velo para liberarlas de sus familiares varones para justificar una actitud islamófoba que, como vemos, puede gestionarse de muy distintas formas dependiendo de a qué país de nuestro entorno queramos mirar. ¿O acaso nadie se dio cuenta de que en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 había azafatas musulmanas perfectamente uniformadas con su hijab a juego, a pie de pista, cerca de los atletas?

Boris Johnson junto a algunos voluntarios de Londres 2012.



Pero no. Magnificamos pequeños actos protagonizados por musulmanes y etiquetamos a los 1.500 millones que profesan esta religión en todo el mundo de la misma manera: extremistas, violentos, terroristas.
Musulmanes de Dearborn (Michigan, EEUU) contra el ISIS.




Lo decimos por activa y por pasiva pero nadie parece querer establecer la diferencia. ¿Hay musulmanes machistas? Sí. A raudales. Pero eso no lo aprenden del Islam aunque ellos se inventen que muchas de las cosas que hacen aparecen en el Corán. Las menos de las veces se trata de interpretaciones literales de algunos versículos, las más, no hay base alguna en el Corán y ello sólo les sirve para manipular a aquellos que son analfabetos y carecen de su propio criterio para discernir lo que viene en el Corán o en la Sunna del Profeta (saws) y lo que no. Es triste pero es así. A todo esto hay que sumar que el machismo del mundo árabe bebe directamente de las manos de las madres. Sí. Por muy increíble que parezca ésa es la principal fuente creadora de machistas. Las madres. Esas mujeres abnegadas que defienden a capa y espada que el papel de la mujer es el de la ama de casa plegada a los caprichos de los hombres, sean niños o adultos. ¿Acaso hay aprendizaje que marque más que el de la infancia? Somos lo que aprendemos en casa en un porcentaje demasiado alto como para desdeñarlo, para bien y para mal.
Si enseñamos a nuestro hijo que cuando abre la boca y pide algo, sea lo que sea, estemos ocupadas o no, nos lo diga de buenas maneras o con tono autoritario, dejamos lo que sea que estemos haciendo para responder a sus deseos, ¿qué tipo de hombre será cuando sea mayor? ¿Uno que ayude a recoger los platos? ¿Uno capaz de ver que su esposa está agotada porque trabaja las 24 horas del día ya sea como esposa, como mujer, como madre, como profesional de lo que sea o como todo ello a la vez? Sin duda los milagros no son algo frecuente aunque haberlos, haylos. Pero eso no es el Islam. Es más. El Islam, que habla absolutamente de todo: la familia, las relaciones sociales, la comida, la higiene, la vestimenta, el ocio, el trabajo, el estudio, los impuestos, el matrimonio, el divorcio, el nacimiento, la muerte, de todo lo que se nos ocurra; decía que el Islam también habla del trato hacia las mujeres, de que el hombre debe ayudar en casa, de que no se debe dar por supuesto que la mujer es la única responsable de la limpieza del hogar. ¿Sorprendidos? Por desgracia, gran parte del Islam que nos llega a España lo hace de manos de inmigrantes sin estudios, que viajan por primera vez al extranjero, que cogen por primera vez un avión, que en muchos casos ni siquiera han abierto jamás un libro. No podemos esperar de ellos que sean el mejor ejemplo de musulmanes pues, si no son capaces de leer y cultivarse por su cuenta, si no tienen la curiosidad o los medios necesarios para investigar en profundidad su religión, tan sólo nos mostrarán ese Islam cultural que se transmite de padres a hijos y que, por desgracia, siempre ha tenido a la mujer como una posesión o un elemento más del decorado familiar pero, desde luego, no como un igual, no como una compañera, menos aún como alguien a quien hablar de tú a tú, con el que crecer juntos a lo largo de esta vida. En estas circunstancias, ¿cómo podemos juzgar al todo por la parte? Pero esto, por supuesto, no es exclusivo del Islam. Tampoco podemos juzgar al resto de culturas o naciones por lo que aquí nos llega porque, en la mayoría de los casos, lo que viene, ya sea mediante turismo alcohólico de masas o mediante mano de obra barata y sin cualificar, no tiene por qué ser, precisamente lo mejor sino todo lo contrario.
Hecha la pertinente aclaración, volvamos al asunto inicial. Nosotros que hemos estudiado, que tenemos más medios de información, que gozamos de una mejor calidad de vida, que tenemos unos estándares mínimos de confort, ¿cómo podemos ser tan necios como para pensar que todo el Islam es igual? ¿Que es lo mismo el Islam de un afgano de las montañas, que el de un malayo, que el de un qatarí, que el de un marroquí, que el de un español?
Miremos más allá. Quitémonos las gafas de cristales oscuros que sólo nos dejan ver a un determinado tipo de musulmanes y seamos capaces de ver el Islam pacífico, el que no es una amenaza sino una riqueza, el que convive en paz con nosotros y entre nosotros, el Islam de los nuestros.

Cristina Fernández participa en los actos de final de Ramadán.


lunes, 3 de octubre de 2016

En mi nombre no, gracias

Podría comenzar contando mi historia o desgranando mi currículo para justificar lo que quiero exponer pero la brevedad se impone: soy española y musulmana.
Para quienes ya se frotan las manos pidiendo mi expulsión, les diré que soy española de pura cepa, al menos hasta donde alcanza la memoria familiar. Soy una de esas rara avis que eligió hacerse musulmana para escándalo, por supuesto, de mi propia familia.
Soy licenciada en Periodismo, políglota y tengo un fortísimo carácter y mucha seguridad en mí misma. No oculto mi cuerpo por miedo a ningún varón propio o ajeno ni por ningún tipo de complejo. No estoy calva, ni obesa, ni tan siquiera soy fea como para querer disimular mi falta de belleza. Más bien al contrario, pero eso no importa. Antes de hacerme musulmana, antes de cubrir mi cabello, antes de “hacer cosas raras”, era aquella a la que en mi entorno señalaban por ser: buena estudiante, una hija responsable, una chica segura de sí misma que pasaba de modas y del qué dirán y que siempre luchaba por conseguir lo que quería. Hasta que me hice musulmana; entonces, me volví idiota y oprimida en un solo minuto.
No sé qué pasa con el Islam que despierta una ternura infinita, que invita a todo el mundo a querer proteger a las indefensas musulmanas. Pobrecitas, tan tapadas, en este mundo en el que la mujer moderna es libre para aumentarse el pecho para atraer a los hombres y en el que las presentadoras y las actrices dejan sus rostros inexpresivos en aras de la eterna juventud, mientras ellos engordan y pierden pelo al mismo ritmo que pasan los años. Pero somos nosotras las que no somos libres. Claro que hay mujeres que no lo son, claro que hay maridos o padres que cometen abusos y atrocidades en nombre del Islam pero eso no es el Islam. Hay gente en todo el mundo que no es libre y no nos importa lo más mínimo pero en lo tocante al Islam… se nos llena la boca de argumentos vacíos propios de quienes jamás han puesto un sello en su pasaporte. El 41% de los musulmanes españoles tiene la nacionalidad, lo que quiere decir que no tiene un país al que volver, porque esta España también es nuestra.
No necesito protección ni tampoco nadie necesita protegerse de las que son como yo. Al igual que la mayor parte de la gente, quiero vivir en paz, en democracia, en un país en el que se pueda confiar en las fuerzas de seguridad, en el que no haya problemas de sanidad ni tampoco una justicia corrupta, quiero llegar a fin de mes sin sudar la gota gorda, que mis hijos estudien y se labren un futuro, quiero poder irme de vacaciones y tener un coche grande y una casa con jardín. Pero también quiero alcanzar el paraíso y ganar la vida eterna y para ello, me visto, como y me comporto, en la medida de mis posibilidades, según dicta mi creencia cuya máxima principal es no imponer la religión a nadie y respetar a todos, creyentes y no creyentes.
Lo que se le debe exigir a un extranjero (musulmán o no) es que conozca la lengua, respete las leyes del país y sea leal a la patria en la que reside, a partir de ahí, lo de la integración es una tontería más que nos hemos inventado sólo para los musulmanes. Si integrarse es comer cerdo ¿qué hacemos con los vegetarianos? Si es hablar español y sentirse español, ¿qué hacemos con los nacionalistas? Si es no llevar pañuelo, ¿qué hacemos con las abuelas del norte? Porque ellas, las que viven en las montañas, han llevado pañuelo toda la vida.
Mi religión no me recorta derechos ni me hace peligrosa, ni tampoco me hace perder inteligencia. Lo que realmente me afecta es que mis políticos, tan trajeaditos ellos, me roben; que mis referentes artísticos o deportivos defrauden a Hacienda; que con mis impuestos se paguen sobrecostes a productoras, se financien películas que no ve nadie y mis hijos no tengan unos dibujos verdaderamente educativos que ver. Lo que me afecta es que si mi marido me pega, es probable que me mate sin que la justicia haya hecho nada por evitarlo. Me afecta que no exista la conciliación laboral, que no haya ayudas sociales, que tenga que elegir entre criar a mis hijos o tener un trabajo. Me afecta que tener un título universitario ya no sea garantía de nada, que un enchufe valga más que los méritos propios y que llevemos más de seis meses sin gobierno. Sin embargo, todo se reduce a si me tapo el pelo porque el moro me obliga o a si uso demasiada licra para bañarme.

*Tribuna abierta publicada el 2 de septiembre de 2016 en El Diario Montañés (ed. impresa)

sábado, 1 de octubre de 2016

Cuando ser talibán es lo mismo que ser de izquierdas

Si hay algo que caracterice a los temas de moda es que sirven para todo tipo de situaciones y son empleados por todo tipo de personas, incluso por aquellas que, antes de la moda, jamás habían escuchado hablar del asunto en cuestión.
El Islam se ha convertido, sin pretenderlo, en tema de conversación casi diario en las sobremesas españolas, poco importa que nada sepamos sobre esta religión y lo que predica, con lo que nos cuentan en la tele nos basta para crear nuestra propia opinión "informada". Pero lo verdaderamente grave no es que el carnicero o la ama de casa crean que saben de qué hablan cuando critican a los musulmanes, lo que es ciertamente preocupante es el hecho de que el periodista que presuntamente informa a sus lectores o telespectadores tiene el mismo conocimiento que ellos y que no se ha preocupado ni lo más mínimo por investigar en detalle aquello sobre lo que se lanza a opinar.
Cuando ya pensaba que la osadía estaba llegando a sus máximas cotas, me encuentro con una noticia que va un paso más allá al comparar, sin ningún pudor, al régimen talibán con los llamados "Gobiernos del cambio". No lo escribe un don nadie de un periódico de provincias o un boletín digital, no. Lo escribe nada menos que el experto en Oriente Medio de uno de los periódicos de tirada nacional con más solera de nuestro país. Cierto es que su ideología ya debería darnos algunas pistas pero... no sé en qué momento de la historia, tener ideología estuvo reñida con ser un periodista riguroso.
El tal experto, que supongo que es el que más veces a viajado a Oriente Medio de todo su diario, afirma sin rodeos que las posturas de los gobiernos municipales de Madrid, Barcelona y Valencia no hacen sino evidenciar su afinidad con los talibán, cuyo único propósito cuando alcanzaron el poder fue prohibir e imponer. No seré yo quien defienda un régimen opresor que fijó su interés especialmente en la mujer pero de ahí a hacer afirmaciones falsas va un trecho. Para empezar, dice que el burka es un precepto islámico, llegados a este punto mejor hubiera sido que no siguiera leyendo pues dicho "experto" no tiene ni la más remota idea de lo que dice el Islam, y nótese que no digo nada de la aplicación que de este hacen los musulmanes. Si supiéramos tanto de la sharia islámica como se supone que sabemos, saldríamos a la calle enfurecidos a exigir a nuestros gobernantes que la aplicasen sin demora pues su único objetivo es la armonía, la paz y la cohesión social. Se acabarían los corruptos, pues las penas se aplicarían con rigor y equidad, sin importar el apellido o la cuenta corriente del infractor; nadie sufriría por no llegar a fin de mes, pues los alquileres sociales serían una realidad al alcance de muchos y los bancos no aplicarían usura para quienes optasen por la compra de una vivienda; podríamos dejar que nuestros hijos encendieran la tele a cualquier hora, sin temor a que encontrasen imágenes o expresiones verbales inapropiadas para ellos; se respetaría más el concepto de familia: no habría niños abandonados, ni adulterio constante ni tampoco ancianos abandonados a su suerte en centros geriátricos; no se podrían dejar herencias a los animales, ni tampoco se permitiría el comercio de productos ilegales y nocivos para la salud; se respetaría la pluralidad religiosa y se destinarían los impuestos al bienestar común y la familia volvería a ser el eje sobre el que se asienta la sociedad. Sin embargo, parece que estamos muy cómodos sabiendo que, simplemente, es una religión que un grupúsculo de gente que tuvo acceso al poder en Afganistán, manipuló a su antojo para aplicar la injusticia y el abuso a la sociedad.
Si éste es el producto del conocimiento de alguien "experto", no quiero ni imaginar qué es lo que opinará la gente corriente...