sábado, 25 de enero de 2014

La otra cara de África

Atardecer en el Átlántico, parque nacional Namib-Naukluft.
Vivir aquí tiene sus ventajas. Para empezar, la de poder comprobar in situ hasta qué punto nuestros prejuicios y los medios de comunicación nos hacen tener una visión distorsionada de la realidad. Habrá quien piense que soy una obsesiva de la manipulación y las conspiraciones pero la cosa no es para tanto. Siempre he sido muy crítica con todo, muy preguntona y curiosa, ávida de saber el por qué de todo lo que me rodea. Supongo que por eso decidí estudiar periodismo. Sin embargo, con el paso de los años, esa pasión que comenzó a través de los deportes, siguió con la política y me arrastró hacia las relaciones internacionales se ha tornado en desencanto. No es sólo que el mundo del periodismo esté contaminado de gente no profesional que lo ha degradado hasta límites insospechados sino que si no eres el lacayo de algún interés, tienes los días contados. Ya sé que eso pasa en todos los ámbitos, que el ser humano es así, pero para mi no es consuelo. No quiero formar parte de ello. Por eso me quejo, siquiera a través de este pequeño altavoz. Hace tiempo que no leo la prensa. Quiero decir con interés. Suelo echar un vistazo rápido a los titulares de las dos principales cabeceras nacionales pero cualquier día dejaré de hacerlo porque lo que veo cada vez me gusta menos. No me interesan las noticias de patio vecinal que publican para distraernos de lo importante ni la forma en que tienen de meternos por los ojos la versión de los hechos que no se pueden callar tan fácilmente. En el inicio del que será, si Dios quiere, el segundo tercio de mi vida, me veo recorriendo el camino inverso a la mayoría. No he ido del comunismo al conservadurismo sino un poco al revés aunque más por indignación que porque ningún partido me haya convencido. Tal vez esas leves brisas que nos hablan de un horizonte electoral con más partidos nacionales conviertan a este país en un lugar un poco mejor.
Sin embargo, hoy no quería hablar de política española sino de periodismo, de visiones distorsionadas.
Me ha llevado más de un mes leerme una publicación bimensual llamada New African, su aspecto externo me recuerda a la porta de Time o Newsweek pero no habla de Occidente sino de África.
Una África muy distinta a la que vemos a través de nuestra televisión. En la que hay periodistas africanos que hablan de lo que le preocupa al continente y en la que no todo gira en torno al hambre o las guerras. Una África en la que se habla de democracia, de retos políticos, de la preocupación por el daño que el llamado galamsey o proceso de extracción manual de oro llevado a cabo por los ghaneses en el sur del país está causando al curso de los ríos puesto que utilizan mercurio líquido (altamente contaminante), de la decepción que Obama ha causado en todo el continente al erigirse como la gran esperanza negra que daría a África un papel preponderante en lugar de seguir siendo el siervo de EEUU, de encuentros internacionales en Etiopía (ese país que al que sólo le asociamos hambruna y guerras) o de experiencias pioneras con ratas para detectar minas terrestres. 
Atardecer en el desierto del Namib.

¿Sorprendidos? Seguro que sí. África es el continente olvidado, pisoteado, aquel del que el hombre blanco ha abusado más que de ningún otro pero, a pesar de ello, es un continente que avanza por sí mismo, que camina sólo sin pedirle permiso a Occidente, que tiene una apretadísima agenda de retos como para preocuparse de la imagen que de ella se proyecta en el exterior. Aunque tal vez sea mejor así. Tal vez sea mejor que pensemos que están subdesarrollados y que aquí no hay nada que ver para que, mientras, ellos, puedan seguir tranquilos con sus vidas, para que el hombre blanco no llegue con sus bolsillos llenos de dólares o euros a fastidiarlo todo y se haga aún más dueño del continente. Donde quiera que el europeo está presente, no hay mezcla con los negros, ocupan los puestos más importantes, poseen la tierra y tienen el control económico y, eso sí, se rasgan las vestiduras si alguien les cuestiona que sean africanos. No lo son. Aquí tendrían que venir los racistas que acusan a los extranjeros que llegan a Europa de no adaptarse a nuestras costumbres para ver lo que es, verdaderamente, no adaptarse.
Aquí se comen salchichas, se bebe cerveza, se habla afrikáans pero ni uno de ellos habla los idiomas locales, puede cocinarte ni un plato típico namibio, ni tiene relación alguna con ningún negro, más allá de los trabajadores que tiene a su cargo. Los afrikaners vinieron y se trajeron sus iglesias y se dedicaron a convertir a los locales, impusieron su idioma y su comida. Son africanos porque viven en África, pero nada más. Y a pesar de todo, los negros viven con ellos en paz, sonríen, son confiados, buena gente, emprendedores, tienen sueños y piensan que este país es suficientemente grande para todos. ¿Acaso no es esa una lección que tener en cuenta? África es mucho más de lo que vemos. Mucho más de lo que queremos creer. Es un continente rico, riquísimo, rico en gentes, en naturaleza, en valores y en tolerancia.