viernes, 18 de enero de 2013

Malí, Francia y los extremistas


El mundo observa, y la clase política francesa parece unánimemente de acuerdo sobre el principio de intervención militar en el norte de Malí contra los “islamistas”, “yihadistas”, “extremistas”. Algunos le reprochan al gobierno haberse comprometido en solitario pero consideran justa la decisión de lanzar una acción militar. El presidente francés, François Hollande, que parece perdido en el corazón de un gobierno confuso, restaura su imagen y se erige en hombre de Estado, en jefe de guerra que quiere “destruir al enemigo”, “prevenir daños”. Es pues, en el norte de Malí donde Francia quiere reflejar, finalmente, la imagen de un presidente fuerte, con determinación, instalado en París.

Hay que empezar por el principio y adoptar una posición clara. La ideología y las prácticas de redes y grupúsculos salafi-yihadistas y extremistas deben ser condenadas de la forma más enérgica. Su comprensión del Islam, su forma de instrumentalizar la religión y de aplicarla imponiendo penas físicas y castigos corporales de forma odiosa es inaceptable. Una vez más la conciencia musulmana contemporánea, e internacional, debe manifestarse de forma alta y clara, decir y repetir que esta comprensión y esta aplicación del Islam son una traición, un horror, una vergüenza y los primeros que debieran oponerse son los musulmanes mismos y los Estados con sociedades mayoritariamente musulmanas. Políticamente, intelectualmente y con toda la fuerza de su conciencia y de su corazón. Esta posición no debe sufrir ningún tipo de compromiso.

Con esta firme posición inicial, es necesario añadir el análisis geoestratégico y evitar confundir la claridad de la posición moral con la ingenuidad de una posición política binaria simplista: ¿estar contra los extremistas yihadistas supone, obligatoriamente, estar de acuerdo con la política francesa en la región? La expresión “estar con nosotros o contra nosotros » de George W. Bush es falsa y peligrosa en su esencia y también en sus consecuencias. Tras el “noble” compromiso de Francia junto a los pueblos africanos en peligro, hay que plantearse ciertas cuestiones. Occidente, en general, y Francia en particular, ha olvidado a los pueblos durante decenios bajo las dictaduras tunecina, egipcia y libia antes de ensalzar las “revoluciones” de la “primavera árabe” y de la libertad. En Libia, la intervención humanitaria tuvo aspectos problemáticos, aromas de intereses petroleros y económicos poco disimulados, asumidos.

Algunos meses más tarde, Francia intervendrá en el norte de Malí por el bien del pueblo, con la única intención de proteger a ese país “amigo” del peligro de los extremistas, de ahora en adelante aliados de los tuaregs. La ausencia de datos económicos y geoestratégicos en la presentación política y mediática de los hechos es preocupante. No se dice nada, además, de la larga historia, y también reciente, de las alianzas de Francia con los sucesivos gobiernos malienses. Todo se desarrolla como si Francia mostrase, de repente, su solidaridad política de forma gratuita, generosa y sin cálculo. Pero detrás de las escenas de los disturbios políticos recientes, Francia no ha dejado de interferir, de presionar, de eliminar a los actores malienses molestos (políticos o militares) y de crear útiles alianzas tanto en las altas esferas del Estado como sobre los terrenos tribal, civil y militar.

Amadou Toumani Touré, derrocado por un golpe de Estado el 22 de marzo de 2012, fue enormemente debilitado y aislado tras la caída del coronel Gadafi. Parece haber pagado el precio de su política cara a cara con el Norte y de sus perspectivas sobre la atribución de los futuros mercados de explotación petrolífera. Los vínculos (en ocasiones difíciles) de Francia, con la organización secesionista « Movimiento Nacional de Liberación de Azawad», no son un secreto para nadie y permiten establecer una zona de fractura entre el norte y el sur de Malí, muy útil a la luz de visiones de explotación de riquezas mineras muy prometedoras. La presencia de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y su alianza con las tribus tuaregs del norte ha sido, desde hace tres años (e incluso antes en los hechos), otro factor que justifica la presencia militar francesa en la región (y que ha sido debidamente hecha oficial tras el lanzamiento de la “guerra” hace algunos días).

Oficialmente, el gobierno francés y los responsables de las multinacionales de gas y petróleo siempre han relativizado o minimizado los descubrimientos en materia de recursos mineros en la región del Sahel entre Mauritania, Malí, Níger y Argelia (incluso se ha hablado de “espejismo maliense”). Sin embargo, los datos son bien conocidos y certificados como para no escucharlos y Jean François Arrighi de Casanova, el director de África del Norte de Total, no ha dudado en hablar de “un nuevo Eldorado” con los inmensos hallazgos gasísticos y petrolíferos. La región no tiene menos de cinco cuencas de lo más prometedoras. La cuenca de Touadenni, en la frontera mauritana, ya ha dejado clara la importancia de sus recursos. A ello hay que añadir las cuencas de Tamesna y Iullemeden (fronterizas con Níger), la cuenca de Nara (cerca de Mopti) y la de Gao. La Autoridad para la Búsqueda Petrolera (AUREP –en sus siglas francesas) confirma el potencial del subsuelo del norte de Malí en materia de recursos mineros (esencialmente gas y petróleo). Malí, Mauritania, Argelia y Níger son los primeros afectados y –con la caída del coronel Gadafi- las perspectivas de explotación se han abierto para las compañías francesas (para el gigante Total), italianas (ENI) y argelinas (Sipex, filial de Sonatrach) que ya han invertido más de 100 millones de dólares (según las estimaciones) en estudios y perforaciones a pesar de las dificultades debidas a la aridez y la inseguridad. El pueblo amigo maliense haría mejor en defender su sangre, su libertad y su dignidad cuando se sabe, de forma accesoria, aquello que puede esconder su desierto de gas y petróleo. No son los recursos mineros del norte de Malí los que son un espejismo sino la realidad de la descolonización.

¿Acaso no hay ciertas cuestiones legítimas y permanentes? Nadie puede negar la existencia de grupos violentos extremistas y radicalizados que poseen una comprensión culpable e inaceptable del Islam. Lo hemos dicho, hay que condenarlos. Hay que constatar que esos grupos tienen estrategias políticas contradictorias y que tiene una desgraciada tendencia a instalarse en los lugares exactos en los que los recursos mineros son una cuestión capital. Lo sabíamos en Afganistán (una región inmensamente rica en petróleo, gas, litio, etc) y he aquí que, -no sabemos bien porqué- los “locos” extremistas se instalan en el Sahel maliense para aplicar allí su “shari’a” inhumana y poco islámica. ¡En el desértico Sahel! Que quede claro, no hay duda de la existencia de estos grupúsculos extremistas pero hay cuestiones legítimas sobre su posible infiltración (los servicios de información americanos, como los europeos, han admitido hacer uso de la infiltración basándose en agentes instigadores). Sus lugares de instalación y sus métodos de operación, bien podrían ser alentados y orientados: lo sabíamos con George W. Bus, lo vemos en Malí, podemos hacer un uso inteligente de los “terroristas”. Un jefe militar maliense nos hablaba de su problema durante nuestra última visita : « Tenemos orden de exterminarles, de “destruirles” (sic), incluso si están desarmados. ¡Prisioneros no! Lo hacemos todo para volverles locos y radicalizarlos”. Impresionante estrategia de guerra, en efecto. Más extensamente, Le Canard Enchaîné revela que el aliado de Francia, Qatar, habría firmado un acuerdo con Total – en lo referente a las explotaciones en el Sahel- y, paradójicamente, apoyaría financiera y logísticamente a los grupos radicalizados como los “insurgentes del MNLA (independentistas y laicos), los movimientos Ansar, Dine, Aqmi y Mujao (yihad en África del Oeste)”. Si los hechos se demuestran, ¿se tratará de una contradicción? ¿O quizás de una forma de alentar y empujar a los pirómanos (extremistas) con el fin de hacer útil, necesaria e imperativa la acción de los bomberos (franceses)? Un reparto de papeles particularmente eficaz y ciertamente cínico.

El mundo observa y la reciente toma de rehenes en Argelia va además a movilizar los sentimientos nacionales en apoyo a la operación militar. Rehenes estadounidenses, ingleses, noruegos, etc. y bajo el sol argelino: la cuestión va ahora más allá de Francia. El pueblo maliense les da la bienvenida en su mayoría pero muchos no son ingenuos: la Francia amiga es sobre todo amiga de sus intereses y su forma de intervenir selectivamente (en Libia o Malí y no en Siria o Palestina) no es nueva. La política parcial de « Francia-África » se acabó, nos decimos, ¡la colonización política y/o económica fracasó, la hora de la libertad de los pueblos de la dignidad de las naciones y de la democracia ha llegado! Habrá pues que adherirse alegremente a esta hipocresía general. Hay que denunciar a los extremistas, hay que condenar sus acciones y la instrumentalización de la religión y de las culturas pero llegará un día en el que haya que hacer frente también a las responsabilidades. De los Estados africanos y árabes que olvidan los principios elementales de la autonomía y la responsabilidad políticas (y los de respecto a la dignidad de su pueblo); de las élites africanas y árabes, y de todos nosotros que tampoco somos capaces de proponer una visión clara de independencia política, económica y cultural ; de los pueblos que se dejan llevar por las emociones populares y los espejismos « de los poderosos amigos »… de todos nosotros, políticos, intelectuales y ciudadanos preocupados por la dignidad y la justicia en los países del Sur, hay que girar el espejo de la responsabilidad final sobre nuestros ojos. La “destrucción » de los extremistas jihadistas del norte de Malí no es una promesa de libertad para el pueblo maliense sino, a largo plazo, una forma sofisticada de nueva alienación. Sin embargo, nunca como ahora, las fuerzas de resistencia de los países del « Sur Global » (con sus movimientos políticos y sociales aliados con el Norte), nunca esas fuerzas tuvieron tantas oportunidades de abrir otros horizontes y una nueva marcha hacia su libertad.

Hoy en día no vemos nada más que esta euforia, esta celebración o este silencio frente a la acción liberadora de Francia y de la “comunidad internacional” que, unánimemente la apoya. Como si el Medio Oriente y África hubieran aceptado ser sumisos aún ante los últimos cartuchos lanzados por este Occidente herido y moribundo por las dudas y crisis económicas, políticas e identitarias que le atraviesan. El mejor servicio que África puede darse a si misma, y a Occidente, no es el de plegarse a la nostalgia y a los delirios de poder de este último, sino resistir con dignidad y coherencia en nombre de los mismos valores que Francia y Occidente defienden y, sin embargo traicionan, cada día con sus políticas mentirosas e hipócritas en América del Sur, África y Asia. El norte de Malí es una muestra espeluznante : he aquí un pueblo que canta por una liberación política que está asociada a su nuevo encadenamiento y asfixia económicas ; he aquí las políticas y los intelectuales africanos o árabes que sonríen y aplauden (consciente o inconscientemente, ingenuos, arrivistas o comprometidos). La hipocresía y la dejadez de estos últimos no es más que el reflejo de la hipocresía y de la manipulación de los grandes poderes occidentales. Nada nuevo bajo el cielo de las colonias.